La consciencia divina de Freya fue suprimida por completo, cayendo en lo que los mortales llamarían una ilusión.
Un espacio informe, donde conceptos como la luz y la oscuridad aún no existían; un lugar donde ni siquiera la idea de la nada tenía sentido.
Era un vacío absoluto. Pero, de un momento a otro, el caos estalló, y en su centro, una semilla germinó.
Durante eones —en los cuales su eterna inmortalidad no fue más que un parpadeo—, contempló cómo aquella semilla crecía hasta convertirse en un colosal árbol. Sus ramas atravesaban el espacio y se retorcían, vibrantes con algo muy superior a la divinidad.
Esa energía se aglomeró y cristalizó, formando la primera hoja de aquel árbol.
Los ojos de Freya se abrieron de par en par, aquella hoja no era otra cosa que un mundo en sí mismo. Y, sin poder recuperarse de la sorpresa, como un caudal desbordado, la creación no se detuvo en una sola.
Cada hoja era un mundo tan real como la madre que dio a luz a los dioses, y cada rama conectaba la miríada, donde todas las energías convergían y fluían entre sí.
Era simplemente hermoso... hasta que lo inevitable sucedió; el marchitar y la muerte. El árbol comenzó a ser devorado desde sus raíces, dejando tras de sí nada más que la misma nada de la que había surgido.
Fue entonces cuando la diosa sintió cómo una mirada se posaba sobre ella.
Estaba indefensa ante la presión que aumentaba rápidamente. Casi de inmediato, reconoció a esa entidad como la misma que, aquella mañana, había lanzado una mirada a su mundo a través de una grieta en el cielo.
Su corazón se detuvo. Sintió cómo su poder divino se erizaba y explotaba, destrozando aquella ilusión sin darle la oportunidad de concluir.
Freya recuperó el control sobre sí misma poco después. Una gota de sudor frio corrían por su perfecto rostro, y un sentimiento de desolación la embargaba.
Retrayó el poder divino que envolvía las almas. La diosa no sabía qué pensar.
¿Qué era, exactamente, lo que había visto?
Como diosa, tenía claro que existían otros mundos más allá de su dominio, pero jamás imaginó una escala semejante. Y, para su consternación, un peligro extranjero —más allá de su imaginación— estaba ahora a las puertas de su mundo.
Temerosa de volver a caer en la ilusión, Freya no forzó nuevamente su poder para dispersar aquellas almas. En su lugar, rompió el cascarón que las contenía, permitiéndoles fluir desenfrenadas hacia la Falna, que se infló de inmediato.
Los registros en la espalda de Ottar comenzaron a cambiar al instante, pero no de la forma que la diosa habría esperado.
Sus estadísticas no se movieron ni un ápice, pero nuevas líneas empezaron a formarse.
El cuerpo de Ottar convulsionó, sus venas se hincharon y sus músculos se tensaron.
Su presencia, como nivel 8, comenzó a elevarse una vez más.
Poco a poco, la conmoción se apaciguó. Las heridas que antes plagaban su cuerpo se habían cerrado y, finalmente, recuperó la conciencia.
Freya se apartó, dando unos cortos pasos hacia atrás, intentando discernir si el uso de aquellas almas en el cuerpo de su hijo había afectado, de algún modo, la psique de su Ottar.
Por suerte, sin siquiera un instante de contemplación, los ojos del capitán de su familia brillaron en reconocimiento. De inmediato, se arrodilló ante ella.
"Me disculpo por mi incompetencia"
Al recordar lo sucedido, una mueca de furia cruzó su rostro, pero se desvaneció tan pronto como volvió a mirar a su diosa.
"¿Cómo te sientes?" preguntó ella, con curiosidad.
Ottar no levantó la mirada. En cambio, observó sus palmas un instante antes de cerrarlas con fuerza.
"Más vivo que nunca"
"Ve a mostrarles tu poder, entonces."
Freya estaba curiosa por cuánto había crecido su hijo, por lo que no dudó en enviarlo nuevamente al campo de batalla. Y aunque no lo hiciera, estaba segura de que él terminaría involucrándose de igual manera. Después de todo, su corazón no estaría en paz hasta borrar la vergüenza de haber estado a punto de perder una batalla en su nombre.
Ottar se levantó, sintiendo cómo oleadas de poder recorrían su cuerpo, haciéndolo sentir invencible. Sin dudarlo, tomó su espada... y se detuvo en seco. Sus ojos se iluminaron; información se vertía en su mente. Al igual que cuando recibió sus antiguas habilidades, supo instintivamente cómo usar su espada a su máximo potencial.
"Una nueva habilidad", se dijo a sí mismo, digiriendo ese nuevo poder.
Detrás de él, Freya continuaba debatiéndose consigo misma. ¿Había hecho lo correcto?
Observó la espalda de su hijo mientras se alejaba del campamento, y le dio una larga mirada a las palabras doradas que se habían formado en su Falna.
Pronto sabría si aquello era una bendición... o una maldición disfrazada.
[Nivel de Profesión]
[War Lord NVL 5]
...
La torre que tocaba el cielo, Babel, había comenzado a temblar.
Después de haber sido atravesada por el ascenso de un dios, sus cimientos habían quedado destrozados, sin posibilidad de reparación. Era un milagro que hubiera continuado en pie durante tanto tiempo.
Los pisos superiores comenzaron a colapsar secuencialmente, cayendo rápidamente, hasta que, con una gran explosión, el suelo cedió, enterrando la estructura en el primer piso de la mazmorra.
Un gran estruendo, seguido de una nube de polvo y escombros, se elevó, cubriendo la plaza de la ciudad. Una docena de cuervos grasnaron ansiosos, volando en círculos sobre ella.
Como un oasis en pleno desierto, atrajo la atención de toda Orario.
"Es una desgracia. ¿Cuántos millones de valis en recursos y materiales fueron enterrados en la mazmorra?" se quejó Hephaistos, lanzando una bolsa de espadas mágicas frente al grupo de dioses.
"¿Con que habías estado en Babel?" Loki examinó las armas, alegrándose de la excelente calidad que tenían. Debían ser las piezas maestras que solo se reservaban para la exhibición de la mejor familia de herreros de Orario. "Debo decir que, aunque temerario, que hayas recuperado esto antes de que la torre colapsara nos será de mucha ayuda."
Welf y los demás herreros comenzaron a repartir las armas entre los aventureros. Habían tenido suficiente tiempo para rescatar media bodega de armas, con lo cual podrían armar a un pequeño ejército sin problemas si fuera necesario. Ya no deberían preocuparse por usar las espadas mágicas.
Podrían desatarlas sin contenerse; incluso si se rompieran, podrían reemplazarlas con nuevas sin problema.
Aun así, la expresión de Hephaistos era amarga. Buscó a Hermes entre la multitud, pero no pudo ver ni la punta de la nariz de ese escurridizo dios.
Dudó por un momento antes de apartar a Hestia de los demás dioses y llevarla a un lugar alejado para contarle lo sucedido.
"¿Qué? ¿Las ascuas de la llama sagrada aún están en el mundo inferior?" El rostro de Hestia se volvió oscuro. Sujetó a Hephaistos, esperando que fuera solo una broma, pero la diosa de la herrería solo pudo apartar la mirada.
"Tomé las ascuas restantes después de la muerte de Pandora." Su voz estaba llena de culpabilidad.
"Esto es mi culpa. Debí asegurarme de devolverla al cielo," continuó Hestia, llorosa. "Lo último que necesitamos es que la llama sagrada se contamine y volvamos a Orario... la nueva Olimpia."
Hestia no le restregó la culpa a Hephaistos; ella también era una diosa con jurisdicción sobre parte de la llama sagrada, al igual que Prometheus y ella misma. Por lo tanto, el haber tomado las ascuas sobrantes no era tan alarmante.
El problema real era que Hermes las había robado.
Hestia no pudo evitar llevarse la mano a la sien sacudiendo sus coletas, intentando aplacar un poco su furia.
Ese sucio tramposo recibiría su merecido cuando todo se solucionara. Solo esperaba que no se atreviera a despertar la llama sagrada.
Si esta llegaba a contaminarse, Hestia se vería obligada a usar su poder divino para detenerla, o podría terminar generando una nueva calamidad en el mundo inferior. Y con la mazmorras tan cerca de ellos, sin duda todo el poder divino residual sería absorbido por ella, fortaleciéndola y rompiendo el tratado que tenía con Ouranos.
Hermes era un dolor de trasero.
A veces su cabeza parecía ser solo decoración. ¿Qué tan difícil era entender que objetos como la llama sagrada solo podían ser contenidos por dioses con jurisdicción sobre ella?
Si tanto quería suicidarse, ¿por qué no robaba otro objeto sagrado del cielo, como el rayo de Zeus o la lanza de Odín? Al menos así no le daría problemas a ella.
El Oculus de Hestia se iluminó en ese momento.
"¡Bell-sama está luchando contra el Goliath negro!" Un grito de Lili, lleno de preocupación.
Hestia se congeló antes de tomar el dispositivo entre sus manos.
"Es una broma, ¿cierto?" Se rió para sí misma.
Un rugido proveniente de la muralla la hizo voltear, solo para ver cómo un gigante de más de veinte metros se levantaba sobre los edificios, empequeñeciéndolos.
Con eso, una gran explosión en su cara lo desequilibró.
Hestia reconoció la magia con solo verla, como el Firebolt reforzado por Argonauta de Bell.
El Oculus se volvió a encender, ahora con un mensaje de los aventureros en batalla.
"¡Necesitamos ayuda en la muralla sur de la ciudad! El jefe de piso se liberó de la magia de hielo y ha ascendido al nivel 8."
Como si las malas noticias no quisieran detenerse para Hestia, quien ya se había vuelto pálida de preocupación, un retumbar proveniente de la recién derrumbada Babel provocó que toda la ciudad comenzara a agitarse.
El polvo se volvió poco a poco más fino, revelando una figura esquelética tan grande como el Goliath negro. A sus pies, cientos de monstruos esqueléticos comenzaron a arrastrarse desde la oscuridad, formando filas que rápidamente se dirigieron hacia la retaguardia del conflicto, justamente el lugar donde todos los dioses y heridos se habían refugiado, pues era el área más alejada del combate.
El Oculus se encendió nuevamente, pero la voz tras el comunicador tembló, como si no supiera bien qué decir.
"El... el monstruo Rex del piso 37, Udaeus... junto con un batallón de Spartoi de alto nivel, acaba de dejar la mazmora." Sin detenerse ahí, la voz continuó. "Recibimos noticias de la familia Loki, quienes se habían topado con el monstruo Rex antes de escapar de la mazmora..."
Un silencio prolongado fue suficiente para llenar el aire de miedo.
"El monstruo Rex se estima con una fuerza de combate alrededor del noveno nivel, y los Spartoi del sexto nivel..." La voz parecía incrédula.
Finn, quien se encontraba envuelto en su propia pelea contra uno de los invasores, no pudo evitar darse la vuelta para mirar al monstruo Rex.
Ni siquiera se le pasó por la mente que aquel monstruo pudiera escapar de la mazmora por sí mismo, por lo que no reflejó preocupación. En cambio, sonrió al ver cómo Ais se precipitaba, sin preocuparse por los esqueletos tras ella.
Eso significaba que no estaban en su contra.
Los Spartoi comenzaron a dividirse y esparcirse por Orario.
Los aventureros, aterrorizados por el nivel que fue revelado por el comunicador, se alejaron en cuanto los vieron.
En Orario, la cantidad de aventureros de nivel 6 y superiores era tan baja que cientos de monstruos de nivel 6, sumados al problema de los invasores, los convertía en una amenaza sin solución.
¿Acaso este sería el final de Orario?