Rosita: "Señor, ¿puedo pedirle algo?"
Riuz: "¿Qué quieres, Rosita?" —preguntó, todavía saboreando el regusto cálido de la mamada que acababa de recibir.
Rosita: "Verá... sé que puede sonar descarado de mi parte, y que todavía debo muchas horas de trabajo, pero... ¿podría darme unas horas libres mañana? Y... ¿dejar a mis hijos aquí?" —dijo cerrando los ojos, invadida por la vergüenza. Sabía que lo que pedía sería un fastidio para cualquier jefe, y que en otras circunstancias jamás se habría atrevido. Pero el humano que acababa de complacer era especial. Entre ellos había confianza... y cierta intimidad que ya no podían fingir que no existía.
Riuz: "Hmm... ¿y por qué lo pides? ¿Pasa algo?" —inquirió con una pizca de intriga, quizás también un toque de preocupación.
Rosita: "Nada grave... es solo que..."
Rosita deslizó la mano hacia su vestido y sacó algo de entre su escote. No exactamente entre las tetas —no era como si tuviera unas tetas lo suficientemente generosa para esconder cosas ahí, aunque Riuz no se habría quejado si lo intentaba—. Lo cierto es que su uniforme de trabajo, provocador y ligero como el resto de las sirvientas, no tenía bolsillos decentes. Así que recurrir al escote u otros escondites anatómicos era práctica común en la mansión.
Le entregó un anuncio al humano. Riuz lo tomó, lo miró con atención —o al menos fingió hacerlo, ya sabía de qué se trataba.
Riuz: "¿Cien mil dólares? ¿Un concurso de canto?" —dijo arqueando una ceja mientras la miraba—. "¿Quieres participar?"
Rosita: "Si no es mucha molestia... y si usted me concede el permiso." —respondió ruborizada.
Riuz: "¿Es por el dinero? Pensé que ya habíamos resuelto el tema de tus deudas."
Y era cierto. Rosita no pudo evitar recordar ese episodio como si hubiera sido ayer. En una de esas tardes similares a esta, justo después de haberle ofrecido placer con lengua y entusiasmo, le confesó lo mal que lo había pasado con sus deudas. La desesperación. El miedo. Lo sola que se sintió. Aunque ya estaba bien, aun así se desahogó ese dia.
Riuz la escuchó. No solo con paciencia, sino con intención. Resultó que tenía 'cierto peso' en el banco que la había atrapado. Aunque ella se negó a que interviniera, el humano hizo lo que sabía hacer mejor: ejercer su poder.
Llevó a cabo una "investigación interna", y casualmente descubrió una 'estafa' que afectaba directamente a su querida sirvienta. Actuó con puño de hierro: ordenó la cancelación inmediata de la deuda, obligó al banco a disculparse formalmente, la indemnizaron por todo lo que había perdido... y mandó a prisión a todos los involucrados.
Rosita apenas podía creerlo. Lo que había sido una pesadilla de meses, se disolvió en cuestión de días. Ni en sus mejores sueños pensó que alguien desmantelaría todo el sistema corrupto por ella. Lo máximo que habría esperado era que la deuda quedara saldada. Pero todo eso... fue como de cuento.
Esa misma noche no volvió a casa. Dijo que se quedaría a cubrir las horas perdidas, pero era mentira.
Esa noche se coló en la habitación de su jefe. Se le montó como una puta, sin miedo, sin resistencia. Como si fuera su forma de pagarle, o de adorarlo. Como si su cuerpo entero dijera "gracias" con cada movimiento, cada gemido, todo para complacer al hombre que no solo fue gentil, amable y bueno con ella, sino que también mostró un lado dominante irresistible. Y eso la encendío más que cualquier fantasía que hubiera tenido jamás.
A pesar de que su deuda había desaparecido por completo, Rosita debía seguir trabajando en la mansión hasta cumplir con el contrato. Y lejos de molestarle, aquello la hacía feliz. No quería perder esto, ni siquiera por un segundo. Amaba esta nueva vida. Y en especial, amaba esos días en los que era llamada a complacer a su jefe por la noche… y acababa dormida en su cama, amaneciendo envuelta en sus fuertes brazos, sintiendo su calor protector.
Era en esos momentos donde todo cobraba sentido: el trabajo, las horas, los jadeos y los gemidos. Ahí, Rosita se sentía amada. Querida. Dominada… y feliz de serlo.
Con el paso del tiempo, había cambiado. Mucho. De ser una madre y esposa modelo —sacrificada, trabajadora, cansada y apagada—, se había convertido en una cerdita cachonda. Ansiosa por saber cuándo le tocaría su siguiente "turno" con su jefe. Disfrutaba del cariño que le daban sus compañeras cuando estaba estresada… y no le hacía asco a las pequeñas orgías improvisadas en la mansión. En especial si él participaba.
Rosita: "No… no es por el dinero..." —dijo con cierta vergüenza— "Lo que pasa es que… a mí en realidad me gusta mucho cantar. Quiero probarme a mí misma. El premio sería solo un extra... incluso innecesario. Usted ya me paga demasiado bien..."
Riuz: "Hmmm…" —murmuró, con un tono pensativo y la ceja arqueada— "Sabes que todavía debes muchas horas. Te dejé traer a tus hijos porque extraño tener niños corriendo por la casa... pero ahora me pides que los cuidemos mientras tú te vas a un concurso, y si quedás seleccionada, esto se repetiría... No quiero sonar duro, pero suena como si te estuvieras aprovechando un poco de nuestra confianza."
El tono serio de Riuz le cayó como un balde de agua fría.
Rosita: "¡No! ¡No quiero aprovecharme de usted! ¡Jamás pensaría eso! Perdón por pedir algo así, fue una tontería, una ocurrencia tonta..." —dijo, atropellada por los nervios. Su voz temblaba y el miedo se reflejaba en sus ojitos.
No había querido abusar de nada. Solo vio la oportunidad de cumplir un sueño inconcluso. Pero ahora se arrepentía. Sentía que había fallado, y que quizás perdería la confianza de su jefe. No se lo perdonaría jamás.
Riuz: "Alto." —interrumpió con suavidad— "No te castigues. Sé que no te aprovecharías… y aunque lo hicieras un poquito, no me molestaría. Yo ya me aproveché bastante de ti." —añadió con una sonrisa pícara mientras acariciaba su mejilla. Rosita cerró los ojos, ruborizada, y se apoyó contra su mano, como una mascota mimosa. Sumisa. Su mirada era tímida… y entregada.— "Pero si realmente querés participar... demostrame que vale la pena quedarme sin ti."
Rosita: "¿Qué?" —preguntó, confundida.
Riuz: "Estamos en temporada de poco personal. Y si te vas… ¿Qué voy a hacer yo?" —dijo en un tono entre melancólico y lascivo— "Ya me acostumbré a tener a mi cerdita personal cerca. No sé cómo voy a despertar sin tus mamadas mañaneras, ni cómo voy a sobrevivir sin tu lindo trasero que apretar cuando destrozo tu coño… o tus dulces pechitos para chupar cuando me siento cansado o triste." —añadió, con ese tono sucio, disfrazado de ternura— "Así que si de verdad quieres irte… cántame algo. Demuéstrame que si voy a perder algo tan delicioso como tu, es porque el mundo no puede perderse la oportunidad de escucharte."
Rosita: "¿Quiere decir... que quiere que cante...? ¿Aquí y ahora?" —preguntó, nerviosa, tragando saliva.
Riuz: "Claro." —dijo, acomodándose en el sofá, mirándola con ojos hambrientos pero cómplices— "Si quieres que te dé permiso, tienes que mostrarme si esa linda boquita tuya y esa garganta tan talentosa tienen más habilidades que las que ya conosco..."
Rosita se puso increíblemente nerviosa. No entendía por qué. Estaba feliz de que su jefe no se hubiera enojado con su pedido. Feliz de que, en vez de rechazarla o burlarse, le estuviera dando una oportunidad real de cumplir ese sueño que llevaba guardado desde hacía tanto.
Pero entonces… ¿por qué le temblaban tanto las manos? ¿Por qué sentía ese nudo en el estómago, como si estuviera a punto de cantar frente a todo el mundo… cuando solo él estaba allí?
Retrocedió un par de pasos y juntó las manos temblorosas sobre su pecho. Respiró hondo. Su voz ya no estaba fresca —su garganta estaba un poco desgastada por lo que habían hecho hacía apenas unos minutos—, pero aun así, debía dar lo mejor de sí.
Tomó aire y empezó a cantar.
Una voz cálida. Poderosa, aunque temblorosa al principio.
"I used to bite my tongue and hold my breathScared to rock the boat and make a messSo I sat quietly, agreed politely
I guess that I forgot I had a choiceI let you push me past the breaking pointI stood for nothing, so I fell for everything..." (Roar-Katy Perry)
Riuz la observaba en completo silencio. Ni una sonrisa. Ni una ceja alzada. Solo su mirada fija en ella, juzgándola… o al menos eso sentía Rosita. Y eso la ponía más y más nerviosa. Algunos errores empezaron a colarse en su interpretación. Vacilaciones. Notas que no sostenía bien.
Pero aun así, siguió cantando.
Y al terminar, solo hubo silencio.
Rosita bajó la cabeza. No podía soportar mirar a Riuz. Sentía una mezcla de vergüenza, tristeza y un vacío difícil de describir. Si hubiera sido otra persona, no le importaría. Pero la indiferencia de él… eso sí dolía. Más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Y entonces…
*Clop.* *Clop.* *Clop.* *Clop.* *Clop.*
Aplausos. Firmes. Repetidos. Sinceros.
Rosita levantó la cabeza, sorprendida, para ver a Riuz aplaudiendo mientras asentía, con una media sonrisa orgullosa.
Riuz: "Impresionante."
Una sola palabra. Pero suficiente.
La cerdita sonrió con una felicidad genuina, como si esa simple palabra la hubiera salvado de una caída. Pero entonces…
Riuz: "Antes pensaba que solo eras una puta cerdita infiel muy hermosa que podía cogerme cuando quisiera." —añadió, con una honestidad brutal— "Pero resulta que también tienes un increíble talento para cantar... ¿Por qué llorás?" —preguntó, confundido, aunque su tono sonaba más dulce que antes.
Una lagrimita rodó por la mejilla de Rosita, aunque su sonrisa seguía allí. Una sonrisa forzada, mientras uno de sus ojos se contraía, queriendo no romperse del todo. Fue directo y crudo, y aunque había cumplido su deseo de ser reconocida… aquellas palabras cortaron hondo.
Rosita: "Por nada…" —dijo rápidamente, intentando tragar la emoción— "¿En serio cree que tengo talento?" —Quería enfocarse en eso. En la esperanza. En el elogio. Quería ignorar esa parte cruelmente cierta, esa horrible verdad.
Riuz: "No podría mentirte ni aunque quisiera." —respondió mientras se ponía de pie, aplaudiendo todavía, acercándose a ella con una sonrisa de satisfacción.
Rosita: "¿Entonces… puedo participar?" —preguntó con una mezcla de nervios y emoción infantil.
Riuz: "Claro que sí. No seré yo quien cometa el pecado de prohibírtelo. De hecho, ahora estoy deseando que ganes." —su tono era casi solemne, aunque pronto volvió a su estilo— "Tenés todo mi apoyo. Tomate los días que necesites, y no te preocupes por los niños… ya me encariñé con esas adorables bestias hiperactivas de destrucción masiva."
Hizo una pausa, y su sonrisa se volvió más pícara.
Riuz: "Aunque te advierto desde ya… aunque lo del canto no funcione, en esta casa ya tendras nuevas obligaciones. Te guste o no, vas a tener que deleitarnos con tu voz de vez en cuando." —Mientras decía esto, acarició la mejilla de Rosita con un dedo, con un tono burlón y juguetón.
Ella solo asintió con timidez, pero sin apartar la mirada. Luego, en silencio, empezó a succionar el dedo que la acariciaba, de forma descaradamente obscena.
Acababa de ser llamada "puta" e "infiel". Y sí… le había dolido. Pero si eso era lo que él quería que fuera —o si ya lo era y solo se lo estaba recordando—, entonces no lo rechazaría. No ahora. No cuando estaba tan emocionada de poder cumplir su sueño. Y en esta casa, esa emoción se celebraba de cierta manera.
Riuz: "¿Así que alguien está un poquito cachonda?" —dijo con voz dominante y divertida.
Rosita no respondió. Solo succionó el dedo con más intensidad, mirándolo directo a los ojos. Quería dejarle muy claro cómo se sentía.
Riuz: "Una lástima que no podamos usar esa boquita tan libremente sin arriesgar tu audición… pero todavía nos quedan muchas opciones válidas."
Se agachó y la levantó en brazos con una facilidad casi insultante.
Riuz: "Al fin y al cabo, vas a usar tu voz… no tus piernas. Así que no importa si llegás a la audición en silla de ruedas."
Con esa frase, se la llevó a su habitación para una noche salvaje y alocada.
...
Horas después…
Desde la cama, con un teléfono en una mano y una taza de café en la otra, Riuz hablaba con uno de sus subordinados de confianza. A su lado, Rosita dormía profundamente, desnuda, con el cuerpo lleno de marcas, evidencia del encuentro brutal y pasional que habían compartido. Sonreía incluso en sueños, tan satisfecha que era imposible ocultarlo.
Riuz: "¿Y el elefante en la habitación?"
Voz en el teléfono: "Con dificultades. Buscando trabajos aquí y allá. Ha reaccionado como esperábamos ante la recompensa del concurso de Moon. Es muy probable que participe."
Riuz: "Perfecto. Sigan vigilándola. Y estén listos para deshacerse del abuelo si les doy la orden. Que parezca muerte natural."
Cortó la llamada sin más, y enseguida marcó otro número. Esta vez, para hablar con cierta puercoespín. Estaba preparando todo para lo que se avecinaba.
...
A la mañana siguiente…
Buster: "¡A trabajar! ¡Y que aparezca esa lagartija loca!"
Pero no fue la señorita Crawly quien entró, sino alguien inesperado.
Riuz: "Gracias por dejarme dormir aquí, Moon." —dijo con una taza de café en mano mientras se dejaba caer en uno de los asientos.
Buster: "No hay problema." —respondió, recordando los eventos del día anterior y su invitado y nuevo colega.
Y justo entonces, la famosa "lagartija loca" hizo su entrada triunfal.
Señorita Crawly: "¡Buenos días, señor ZooBlack, señor Moon!"
Buster: "¡Buenos días, señorita Crawly!"
Riuz: "Buenas."
Señorita Crawly: "Le preparé café, señor Moon."
Moon se acercó, tentado por el delicioso aroma que salía de la taza del humano, pero al tomar la suya se dio cuenta de algo.
Buster: "¿Lo hiciste? ¿Y dónde está?"
Señorita Crawly: "Ay, es que me dio sed subiendo las escaleras…" —respondió con total naturalidad, provocando una carcajada de Riuz.
Señorita Crawly: "¿Debería abrir las puertas ya?"
Buster: "¿Las puertas?"
Señorita Crawly: "Tiene una fila de animales esperando para audicionar, señor Moon."
Buster: "¿¡Qué!?" —corrió a la ventana, y al mirar, se le cayó la mandíbula— "¡Dios mío, es verdad!"
Una larguísima fila de animales entusiasmados esperaba afuera del teatro. Riuz ya la había visto, así que no estaba sorprendido, pero sí entusiasmado con lo que venía. No solo por sus objetivos principales… también por todas las oportunidades que este evento le iba a traer.
Mientras tanto, Buster no podía contener su emoción. Sacó su teléfono rápidamente para llamar a su amigo.
Buster: "¡Te lo juro, Eddie! ¡No es broma! ¡Baja y míralo tú mismo! ¡Tengo que irme!..."
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