Cherreads

Chapter 3 - Capítulo 3: El pueblo de Lacos

Arthur caminaba por las polvorientas calles de Lacos, sintiendo las miradas clavadas en él como si fuera una celebridad… pero no de las que firman autógrafos, sino de las que evitas en la calle porque huelen raro y murmuran cosas sobre invasiones alienígenas.

Algunas personas se reían en voz baja al verlo pasar. Otras hacían como que no lo notaban, pero claramente sí. Y un grupo de niños señaló sus calzones de calaveritas con risas disimuladas.

—Un día voy a tener una capa negra, una espada gigante y armadura brillante —masculló Arthur entre dientes—. Y se van a tragar esas risitas, malditos.

 

El gremio de aventureros no era como Arthur se lo había imaginado. Nada de enormes puertas de madera tallada ni vitrales ni una banda de bardos tocando música épica en la entrada.

Era una casona vieja, con letreros torcidos y una puerta que chirriaba de forma tenebrosa. Un cartel colgaba encima, con las palabras "Gremio de aventureros de Lacos" medio borradas por el tiempo.

 

Arthur tragó saliva y empujó la puerta.

 

El interior estaba un poco mejor iluminado, con un salón amplio, lleno de mesas, taburetes viejos y un mostrador largo donde una mujer de cabello corto y expresión de pocos amigos atendía. Había varios aventureros sentados: tipos con armaduras abolladas, mujeres con túnicas, y un par de seres que Arthur no logró clasificar, uno de ellos con tentáculos en vez de barba.

 

Nada más al entrar, varias miradas se posaron en él.

 

Arthur sospechó.

 

—Maravilloso… otra ronda de "miren al idiota en calzones".

 

Se acercó al mostrador, mientras algunos aventureros murmuraban y soltaban risitas.

 

La mujer detrás del mostrador lo miró de arriba a abajo.

 

—Y tú, ¿quién demonios eres? —preguntó sin rodeos.

 

.Arthur sonriendo con ironía. Si iba a empezar desde cero en un mundo extraño, al menos se permitiría un pequeño chiste privado.

 

—Me llamo Arthur… Arthur Schopenhauer.

 

La mujer frunció el ceño.

 

—Arthur… Schopen… ¿qué?

 

—Schopenhauer —replicó él, saboreando cada sílaba como si fuera un nombre legendario.

 

La recepcionista lo miró como si acabara de decir "Arturo Chupapiedras" o algo igual de absurdo.

 

—Bien… Arthur Schopenloquesea.

 

Anotó el nombre sin darle mayor importancia. Nadie en ese gremio, ni en ese mundo, tenía idea de quién había sido Arthur Schopenhauer. Solo Arthur y, quizás, algún lector de novelas de fantasía isekai con cultura filosófica, entendería el chiste.

Arthur sonrió para sí.

Al menos algo seguía siendo suyo en ese lugar.

 

 

—Nombre: Arthur Schopenhauer.

 

—Edad: quince.

 

—Profesión… nada. Nivel…cero. ¿Marca visible?

 

Arthur negó con la cabeza.

 

—Ni una.

 

Un par de aventureros se rieron desde una mesa.

 

—¡Ja, otro sin marca! No durará ni una semana.

 

Arthur apretó los dientes.

 

La mujer suspiró.

 

—Bien, Arthur, sin marca, solo puedes tomar las misiones de rango cobre. Si sobrevives, ya veremos qué hacer contigo. Las reglas son simples: completa la misión, trae prueba de que la hiciste y recibe tu paga. Si mueres, pues… lástima.

 

Arthur asintiendo, ya acostumbrado, al sarcasmo del mundo.

 

—Perfecto, ¿qué misión hay para un inútil sin pantalones?

 

La mujer sacó un papelito arrugado y se lo dio.

 

[Misión:] Despejar la cueva de conejos chirriantes al norte del pueblo. Recompensa: 5 monedas de cobre.]

 

Arthur leyó el papel dos veces.

 

—¿Conejos chirriantes?

 

La mujer sonrió con malicia.

 

—Parece fácil, ¿verdad? Ya verás.

 

Arthur suspiro y se guardo el papel en... bueno, lo sostuvo en la mano porque no tena bolsillos.

 

—Dónde consigo… no sé, ropa?

 

La mujer señaló un perchero desvencijado al fondo, con un par de pantalones viejos y una camisa remendada.

 

—Si sobrevives y traes una oreja de conejo, puedes quedarte con una muda usada. De nada.

 

Arthur sonrió con ironía.

 

—Lost, eres un mundo de mierda… pero ya te voy agarrando cariño.

 

Y así, nuestro protagonista se dirige hacia su primera misión, con un papel en la mano, cero dignidad y las esperanzas puestas en que esos conejos chirriantes no tuvieran colmillos del tamaño de dagas.

 

 

---

 

Fin del capítulo.

More Chapters