La campana del almuerzo acababa de sonar, y el murmullo de los estudiantes llenaba los pasillos de la Academia Kuoh.
Pero Sona Shitori, presidenta del consejo estudiantil, no caminaba sin rumbo.
En sus manos sostenía una carpeta con informes de energía mágica fluctuante en la zona... más precisamente, frente a la escuela.
Donde se encontraba una pequeña panadería que no estaba allí hace un mes.
Panadería Tempest.
Sona se detuvo frente a la fachada pulcra y acogedora. Observó el cartel, el escaparate reluciente, el vaivén de estudiantes entrando y saliendo con sonrisas. Y luego, con la mirada fría y calculadora de una estratega, entró.
—Bienvenida —saludó Rimuru con su tono sereno, al verla cruzar la puerta.
Sona lo observó en silencio unos segundos.
—Gracias.
—¿Presidir algo tan demandante como el consejo estudiantil no es suficiente? ¿Ahora también inspeccionas panaderías?
Ella alzó una ceja. Sutilmente.
—Las anomalías deben ser supervisadas. Incluso si huelen... deliciosamente.
Rimuru sonrió mientras le servía un té con un pequeño croissant de almendra.
—Entonces, ¿soy una anomalía?
—Eres un establecimiento que apareció de la nada, con una presencia mágica imposible de catalogar. Así que sí. Técnicamente, lo eres.
—¿Y qué harás al respecto? —preguntó, sin perder la sonrisa.
Sona tomó asiento frente a él, cruzando las piernas con elegancia.
—Investigar. Evaluar. Entender.
Probó el croissant, sin dejar de mirarlo.
—Y si descubres que soy un riesgo...
—Tomaremos medidas —dijo, sin titubear.
Rimuru asintió con aprobación.
—Me gusta tu honestidad.
—No confío en sonrisas vacías —replicó ella.
—Y yo no confío en gente que no disfruta el pan —dijo él, señalando su plato—. Pero tú sí lo haces. Estás en peligro de agradarme.
Sona sostuvo su mirada un momento... y bajó ligeramente la guardia.
—Eres inusual.
—Lo sé. ¿Puedo preguntarte algo?
—Depende de la pregunta.
—¿Tú también estás buscando proteger algo? ¿O simplemente mantienes el orden por deber?
Hubo un silencio largo. El té humeaba entre ellos. Finalmente, Sona respondió.
—Ambas cosas.
—Buena respuesta.
Ella dejó la taza sobre el platillo.
—Y tú, Rimuru. ¿Por qué aquí? ¿Por qué una panadería... frente a una escuela de demonios?
—Porque a veces, lo más fuerte que puedes construir... es un lugar donde la gente baja la guardia. Donde se siente a salvo. Aunque sea solo por un momento.
Sona lo miró con atención. No había amenaza en su aura. No había intención de dominio, ni de ocultar algo terrible.
Solo un peso antiguo... y una calma que parecía inmune al tiempo.
—Eres... diferente a todo lo que he conocido.
—Eso suele pasar —sonrió él—. Pero si te hace sentir más segura... puedes venir cuando quieras. Hablar. Observar. Jugar ajedrez, si lo deseas.
Eso sí le llamó la atención.
—¿Ajedrez?
Rimuru asintió y sacó un pequeño tablero.
—¿Primera partida es por un croissant?
Sona entrecerró los ojos.
—Acepto. Pero si pierdes, responderás una pregunta sin rodeos.
—Trato hecho.
**
Y mientras las piezas se movían con cuidado y la partida se desarrollaba, algo nuevo nacía entre ellos.
No confianza total.
Pero sí un respeto silencioso, entre dos personas que sabían leer el mundo no solo por lo que mostraba... sino por lo que ocultaba.
**
Cuando Sona salió de la panadería, caminó lentamente hacia el edificio escolar. Su asistente, Tsubaki, la esperaba.
—¿Algo que reportar, presidenta?
Sona se detuvo, mirando el cielo.
—Es... complicado. Pero por ahora, no es enemigo. Ni amenaza.
—¿Y el pan?
Sona se permitió una rara y breve sonrisa.
—Perfección estratégica.