Cherreads

Chapter 15 - Enojo, nieve y malentendidos

Pensé que encontraría a Isolde en el parque, cerca del lago central. Pero no había rastro de ella. Ni su silueta, ni su voz, ni siquiera una pista.

Comencé a buscar por los alrededores. Nada. El vacío empezaba a pesar más que el silencio.

Mi corazón latía con violencia, como si intentara escapar de mi pecho. La garganta se me cerró, y una presión incómoda, casi dolorosa, comenzó a instalarse tras los ojos. Las lágrimas querían salir, no por tristeza, sino por una preocupación primitiva.

Corrí. Atravesé las calles del reino a toda velocidad, esquivando personas, ignorando el cansancio, gritando su nombre sin respuesta. Cada segundo sin verla era una cuerda que se tensaba más alrededor de mi cuello.

Y entonces…

—¡Oye, idiota! ¡¿Qué fue lo que dijiste sobre mi hermano?!

—Isolde, creo que deberías calmarte.

—¿¡Qué?!

La reconocí de inmediato. Su voz, aguda y furiosa, se alzaba desde el otro lado de un callejón. Sonaba lejana, pero viva.

Respiré por primera vez en minutos. De haber tardado un poco más, habría terminado desmayado por la ansiedad.

Me lancé al callejón sin pensar en el peligro. El sol aún brillaba; el miedo no tuvo tiempo de formarse.

Y entonces la vi.

Isolde, tan ella como siempre, completamente fuera de sí. Gritando amenazas de muerte con una furia que solo puede despertar cuando se toca aquello que más le importa.

—¡Ven aquí, pedazo de mierda! ¡Te voy a matar por haber insultado a mi hermano!

Alicia, aparentemente resignada a su papel de cable a tierra, la sujetaba desde atrás con ambas manos. Isolde forcejeaba como una fiera, intentando lanzarse sobre tres niños que se reían a cierta distancia. Se burlaban. De ella.

Algo en mí se encendió. Una chispa instintiva. Sin pensarlo, recogí un puñado de nieve del suelo y formé una bola compacta.

—¡No molesten a mi hermana! —grité, y lancé.

La bola golpeó de lleno el rostro de uno de los chicos. Cayó al suelo, sorprendido, como si jamás hubiera imaginado que alguien como yo fuera capaz de intervenir.

No es la clase de escena en la que esperaba terminar hoy.

—¿Qué carajo? —gruñó el chico desde el suelo, con la cara cubierta de nieve—. ¡¿Eh?! ¿Por qué hiciste eso, idiota?

—Porque estás molestando a mi hermana —respondí con firmeza—. Y no puedo permitirlo.

—¿Qué? Ni siquiera le habíamos dicho nada.

Mentira. Yo vi esa sonrisa. Esa burla escondida en tus ojos.

—¿Lucy? —Isolde me miró, confundida, su voz bajando por un instante de tono.

—¿Por qué la molestan?

—¿Qué? ¡Pero si fue ella quien empezó todo! ¿Por qué nos echas la culpa?

Me detuve. Esa afirmación tenía sentido. Isolde no es exactamente diplomática. Podría haberlos provocado.

Pero… aun así. No podía darles la razón.

—Sea como sea, estaban burlándose. Y eso es suficiente.

Pensaba continuar, pero entonces Alicia intervino:

—Es cierto. Fue Isolde quien inició todo… aunque no lo hizo con mala intención.

Ella aún la sujetaba. Sabía que, si la soltaba, los tres chicos estarían en el suelo en cuestión de segundos.

Fuera lo que fuera que dijeron o hicieron, la hicieron enfadar. Mucho.

Así que… ¿ellos también son responsables?

No importaba.

Mi deber no era juzgar. Era estar ahí. Para ella.

—¡Vengan aquí, pedazos de popó de mapache verde!

Me quedé quieto un segundo.

¿Qué clase de insulto es ese? ¿Popó… de mapache? ¿Y verde?

No estaba del todo seguro de qué discusión había ocurrido, pero en ese momento, mi papel no era entender, sino respaldar. Ella no se pondría así sin razón. Aunque claro… también cabía la posibilidad de que sí.

¿Quién la provocó? ¿Qué le dijeron exactamente?

No lo sabía. Y eso me incomodaba.

Los otros dos chicos ayudaron al que había recibido mi bola de nieve y decidieron marcharse. No hubo palabras. Solo miradas incómodas y una retirada algo apresurada.

Curioso.

—¿¡Tienen miedo?! ¿¡Eh?! —Isolde no pensaba dejarlos ir sin un último rugido. Siempre ha sido así.

Pero los chicos la ignoraron y se alejaron sin mirar atrás. Levanté una bola de nieve más, dudé… y finalmente la dejé caer. Admitir un error, aunque sea uno tan simple como lanzar nieve, es un ejercicio de humildad necesario.

Suspiré. Me giré hacia Isolde. Seguía molesta, aunque… no parecía ser por ellos. ¿Era por mí?

Me acerqué, nervioso.

—¿Por qué estaban discutiendo?

Alicia respondió primero:

—Esos tipos hablaron mal de ti. Isolde reaccionó. Al menos logré detenerla antes de que les partiera la cara.

—Ah… —bajé un poco la voz, incómodo

—Y tú… ¿por qué le lanzaste una bola de nieve a ese chico?

—Instinto —admití, sin adornos—. Pensé que estaban molestando a Isolde… pero ya veo que no fue exactamente así. Issy, no deberías reaccionar así. Solo fueron palabras.

—Cállate —soltó, afilada—. Si hubieras estado aquí, habrías escuchado el tipo de cosas que dijeron sobre ti.

"Si hubieras estado aquí."

No era solo una frase. Era una acusación. Corta. Precisa. Efectiva.

Me golpeó más fuerte de lo que esperaba. Tenía razón, después de todo. Me fui y la dejé sola. No importa que no lo hiciera con mala intención. Lo hice.

Aunque… ¿Por qué estaban insultándome en primer lugar? Nunca he tenido interacción con esos chicos. Nadie fuera de Isolde y Alicia, en realidad.

Idiotas.

—Perdón. Fue mi culpa por dejarte sola. No debí haberme ido con el tío Reginald.

Isolde hizo un puchero y desvió la mirada.

El sol comenzaba a caer con una rapidez extraña. Una sombra alargada se arrastraba sobre los adoquines.

—Será mejor que regresemos. Algo en la luz no me gusta.

—¡Jum! Bien.

—Gracias por cuidarla en mi ausencia —le dije a Alicia.

—No hay de qué. Pero, por favor, no vuelvas a dejarla bajo mi cuidado. Es demasiado…

—¿Pertinaz?

—¡Oye! ¡¿Cómo te atreves a decirme eso?!

—¡Auch! —Isolde me golpeó con un coscorrón que sonó más simbólico que doloroso.

Alicia sonrió, y alzó una mano en despedida.

—Nos vemos mañana.

—Claro.

Tomé la mano de Isolde. A pesar de su enfado, no la retiró. Caminamos en silencio de regreso a casa.

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