Midas aún recuerda ese día hace diez años como si fuera ayer, pues se trata de su trauma más grande. Cada vez que cierra los ojos, él aún puede verlo. En medio de un campo de batalla, el olor de su propia sangre impregnó el aire. A su vez, el paisaje desértico y horroroso que se presentó ante sus ojos relucía con la luz del sol.
Sus manos doradas, llenas de su propia sangre, se sintieron rígidas como piedra.
—No quería… yo no quería esto…—incluso si él no quería matar a todas esas personas, no tuvo más opción que hacerlo. Ahora estaba rodeado de decenas de estatuas doradas, las cuales alguna vez fueron personas.
Todas las estatuas doradas que pisaron este campo de guerra estaban en diversas posiciones de batalla, congeladas en el oro sólido para la eternidad. Todos ellos no supieron lo que los golpeó, pues para cuando quisieron darse cuenta, ya se habían convertido en estatuas hechas de ese metal precioso.
—¡Yo no quería esto!—desesperado, mientras la sangre corría por su abdomen, Midas quiso mover sus manos para limpiarse, pero estás, al igual que las estatuas que lo rodean, estaban rígidas y cubiertas por el oro macizo.
Esto lo hizo sentir aún más desesperado. Sus manos no se movían, se encontraban rígidas como el mismo oro y el dolor ardiente en su abdomen parecía que iba a quemarle la piel.
Delante de él, estaba la estatua dorada de un hombre robusto con armadura pesada, quien apuntaba su lanza hacia Midas. La punta de la lanza estaba manchada de sangre, lo que explicaba la herida en su abdomen.
En la lejanía un científico de la hemomancia miraba a Midas en silencio. Negó con la cabeza al ver la cobardía de su experimento, quien se suponía estaba dispuesto a pelear para el Imperio de Noxus y la Rosa Negra, pero lo que se llevó fue una gran decepción.
Esa era la razón por la que Midas estaba encerrado y la razón de su sufrimiento.
***
En la actualidad, Midas se esconde entre los callejones de la capital de Noxus. Está asustado y nervioso, pero sobre todas esas emociones desastrosas, Midas finalmente se siente libre. A pesar de que sus manos están atadas con el inhibidor, siente el aire fresco y pesado de las calles pasar por su rostro.
—Oye, ¿qué estamos buscando?—preguntó Briar con una sonrisa emocionada. Su sangre hervía de emoción al saber que ahora mismo están escapando de las garras de Noxus, pero irónicamente seguían dentro del Imperio.
Midas respondió con un resoplido. Ahora mismo se veía como un indigente descalzo al lado de una extraña y adorable abominación.
Si bien escaparon del corazón de la mazmorra luego de escuchar las voces lejanas de los guaridas, ahora se enfrentaban a la magnitud demoledora del imperio noxiano. Los edificios eran oscuros y siniestros, altos y robustos, justo como los habitantes de esta nación.
La vista siniestra elevó los nervios de Midas, quien no podía mantenerse quieto mientras hacía crujir sus manos doradas con cada movimiento dentro del inhibidor. Sus ojos bailaron de izquierda a derecha pensando en el siguiente movimiento.
—Oye, ¿no me escuchaste? ¿Tenemos que hacer algo interesante para salir de aquí, o no? En primer lugar, Noxus acepta a la gente poderosa. Si les mostramos nuestra fuerza, seguramente nos recibirán con un cálido abrazo.
—Callate. Eso no va a funcionar. No soy poderoso. No quiero pelear ni matar a nadie más. Nunca más… No volveré a hacer lo mismo otra vez, de eso estoy seguro. No para este maldito lugar.
La cara de Midas lo decía todo. Briar había visto la misma expresión en el campo de batalla. Ira, odio… Aunque ella no suele prestar atención a esos detalles, pues está más concentrada comiendo que mirando las caras de las personas, pero en algunas ocasiones ella fue capaz de mirar algo parecido. Solo que había algo más en la expresión de Midas que Briar no pudo entender.
—Lo que sea. Necesito un mapa. Lo robaré y me iré de aquí. Tu haz lo que te venga en gana.
—Ooh… Eres un amargado, ¿lo sabías? No hay nada interesante en lo que quieres hacer. ¿De que te puede servir un aburrido mapa?
¡Ja! Ella está loca. Pensó Midas. Cualquiera lo suficientemente humano que hubiera pasado por el mismo tormento que él querría irse lo más lejos posible. Briar no podía entender eso porque ella no nació como una humana, pero tampoco había forma en que Midas supiera eso.
Por mientras, Midas miró el camino siendo transitado por decenas de personas que pululan de un lado a otro. El lugar parecía ser una especie de ruta comercial llena de personas que vendían su mercancía a los lugareños. No encontró rastro alguno de un mapa cerca, lo que decepcionó a Midas.
Imitando los gestos de Midas, Briar inclinó la cabeza para ver los alrededores. Ella no sabía que estaba viendo, pero al seguir los movimientos de Midas, miró que un tipo gordo estaba sentado en el suelo. El hombre tenía un montón de pergaminos regados sobre una gruesa tela negra. Al ver eso, Briar, tonta, pero no ingenua, tuvo una idea.
—Oye, Midas. Si te digo que tengo lo que quieres, ¿qué harías al respecto?—Sin embargo, a pesar de que ella pudo ver el lugar, también se detuvo al ver la piel rojiza del vendedor. La sangre que corre por el cuerpo de esa persona se veía abundante y dulce, lo que provocó que la boca de Briar comenzara a generar saliva en respuesta al hambre atroz que nació en las profundidades de su estómago.
—¿A qué te refieres? Simplemente dime dónde está el mapa—exigió, mirando a Briar con el ceño fruncido.
—Jejeje…—una risa extraña provino de la chica. Briar miró a Midas con una sonrisa—Yo distraigo a esa bolsa de sangre y tú tomas tu mapa. ¿Estamos de acuerdo?
—Espera, ¿qué vas a hacer?
—¡Comida!—Antes de que Midas pudiera saber más, Briar gritó al mismo tiempo que la joya de la picota brilló con intensidad. Ella sacó la joya y la picota, o cepo, se abrió convirtiéndose en dos espadas afiladas. Luego de eso, le dio una patada a la joya enviándola a volar lejos, y esta se clavó en el abdomen del vendedor.
Por el arte de la hemomancia y la magia imbuida en la sangre de Briar, ella se elevó en el aire y fue atraída por la joya roja (hemolito), como si fuese volando hacia el hombre. Cuando chocó, una explosión roja empujó a todos los que estaban cerca, lastimándolos en el proceso.
—¡Sangre!—con una apariencia casi demoníaca, Briar clavó las espadas en el cuello del vendedor y le cortó la cabeza al instante. La sangre entonces salpicó, manchando la cara de esta chica—Jajaja. Delicioso. ¡Quiero más! ¡Denme su sangre!
La imagen horrenda de esta chica bañándose en la sangre hizo que las entrañas de Midas se retorcieran, lo que casi le hace vomitar. Incluso en un momento tan turbio como este, cuando los gritos de los lugareños se elevaron hasta el cielo alertando a los demás del peligro, Midas no perdió de vista su objetivo.
Apretó los dientes y agachó la cabeza, para luego mezclarse entre la multitud que huía despavorida. Con una agilidad afín a su delgado cuerpo, Midas pasó corriendo al lado de Briar y, usando los dientes, agarró uno de los pergaminos, uno que convenientemente tenía escrito la palabra "Mapa" sobre el papel.
Habiendo logrado su cometido, asustado por lo que acababa de presenciar y nervioso por la risa macabra de Briar, Midas comenzó a correr con todas sus fuerzas una vez más. Él sabía bien que ese fenómeno ahora se está alimentando de la gente que no pudo escapar, y eso lo hizo sentir culpable.
Lo siento… Lo siento mucho… Yo no quería. Pero cuando Briar comenzó el ataque, ya estaba decidido el destino de esas personas y Midas no podía hacer nada para salvarlos.
Así se movió rápido por los puestos de la zona comercial. Esquivó a las personas que huían, pero debido a su debilidad, chocó con una mujer y cayó de cara al suelo. Se le hizo difícil volver a levantarse por culpa del inhibidor, pero aun así reunió la fuerza suficiente para levantarse y correr otra vez.
Por el lado de Briar, los centinelas rápidamente la habían rodeado. Eran cerca de veinte hombres y mujeres armados con armaduras negras y diversas herramientas de combate. Mazos, hachas, arcos con flechas y espadas muy pesadas que cualquier persona tendría dificultad para siquiera levantar. Todo estaba permitido. Pero Briar, con la dulce sangre fluyendo por su boca, les regaló una aterradora sonrisa a los soldados noxianos.
—Parece que llegaron algunos amigos para la cena—y se abalanzó sobre ellos con la mandíbula bien abierta, lista para darse un magnífico festín de sangre.