Yo estaba invocando a Yamato, inspeccionándola con detenimiento antes de guardarla y colocarla en mi cintura.
—No sabía que sabías usar la katana. —dijo Iwakamaru, mirándome con curiosidad.
Sonreí con confianza.
—Sé manejar todo tipo de armas.
Los ojos de Iwaka brillaron con admiración.
—Eso es increíble. En una guerra podrías usar cualquier arma para pelear… eso es muy útil.
Asentí mientras dirigía la mirada hacia adelante.
—Es verdad.
Justo en ese momento, noté que Leonidas había terminado de animar a Fujimaru, lo que significaba que era hora de partir.
—Parece que es hora de marchar.
Nuestro grupo, compuesto por un pequeño escuadrón de soldados junto con Iwakamaru y su compañante, comenzó su marcha hacia Nippur.
No tardamos en encontrarnos con varias bestias demoníacas que se abalanzaron sobre nosotros. Sin embargo, Iwakamaru, su compañante y un grupo de soldados se encargaron de ellas con rapidez. Aprovechamos la distracción para aumentar nuestra velocidad y dirigirnos directamente a la ciudad.
Al llegar, desenvainé Yamato y, con un único movimiento, corté en pedazos la puerta de madera.
—¿Qué… qué es esto? —murmuró un impactado Fujimaru, observando los restos de la puerta.
De repente, una voz familiar resonó cerca.
—¡Señora Iwakamaru!
Era Benkei, quien se acercaba apresurado a nosotros.
—No creen que estas bestias cayeron demasiado fácil en nuestra trampa… —dijo con sospecha en la voz.
Un escalofrío recorrió la espalda de Iwakamaru.
—A menos que… los que caímos en la trampa seamos nosotros.
En cuanto lo dijo, su expresión se tornó seria.
—Benkei, iré rápidamente a ayudar a Fujimaru en Nippur. Tú encárgate de los soldados.
—¡Pero el rey nos prohibió entrar a la ciudad!
Iwakamaru apretó los puños.
—Fujimaru me llamó su amiga… por eso, voy a ayudarlo.
Con esas palabras, salió disparada hacia la ciudad a gran velocidad.
—¿Qué es esto…? —susurró Fujimaru, paralizado por el horror.
Ante nosotros se extendía la ciudad en ruinas, con marcas de garras y sangre por todas partes. Las huellas de las bestias demoníacas se mezclaban con las calles destruidas.
Mi mirada se posó en el suelo.
—Incluso los niños…
Frente a mí, un juguete manchado de sangre yacía abandonado en el suelo.
Fujimaru estaba igual de conmocionado.
—Esto… esto no es común en ti, Fujimaru. —intervino Merlín con seriedad—. Mira la sangre… fíjate a dónde conduce.
Seguimos el rastro hasta la parte más alta de la ciudad. Allí, esperándonos con una sonrisa, estaba el falso Enkidu.
—Ha pasado tiempo, falso Enkidu. —dijo Merlín con el rostro ensombrecido.
Fujimaru apretó los puños, su cuerpo temblaba de rabia.
—¿Dónde están las personas, Enkidu?
El falso Enkidu sonrió con malicia.
—Las estamos usando como alimento para generar la segunda generación de bestias demoníacas.
El aire pareció congelarse.
—Entonces… los ataques al muro solo eran para obtener alimento… —murmuró Fujimaru, su voz cargada de incredulidad.
—Ya me parecía extraño. —susurró uno de los soldados.
Pero Fujimaru no pudo contener más su ira.
—¿Qué son para ti los humanos? —gritó con furia.
El falso Enkidu lo miró con desdén antes de responder con frialdad:
—Solo alimento.
—¡Cállate, impostor de Enkidu! —rugió otro soldado, desenvainando su arma.
La tensión en el aire era insoportable.
Enkidu frunció el ceño, su expresión transformándose en una de enfado mientras comenzaba a elevarse en el aire.
—Espero que puedan encargarse de este chico.
En ese instante, el suelo se resquebrajó violentamente, y de sus profundidades emergió una bestia demoníaca colosal.
Un león envuelto en llamas, su melena ardía como el mismo sol.
—Es uno de los descendientes de Tiamat… un León del Sol. —dijo Merlín con seriedad.
El monstruo rugió con tal fuerza que el aire vibró, acumulando energía en su boca hasta formar un pequeño sol incandescente, que luego disparó contra nosotros.
Mash se adelantó, alzando su escudo con todas sus fuerzas para bloquear el ataque. Las llamas envolvieron el campo de batalla, haciendo que el suelo se resquebrajara por el calor abrasador.
Aprovechando la distracción, Ana se lanzó velozmente al ataque. Su guadaña descendió con fuerza sobre la cabeza del león, pero el filo no logró atravesar su denso pelaje.
—Una espada que mata inmortales… Sin duda, les ha causado muchos problemas a las bestias demoníacas. —murmuró Enkidu con una sonrisa de burla.
Al notar que sus ataques eran inútiles, Ana se vio obligada a esquivar los golpes devastadores del león.
—¡Merlín, necesitamos tu ayuda! —gritó Fujimaru.
El mago suspiró con resignación.
—No suelo hacer esto, pero necesito a los humanos para vivir… Además, considerémoslo una recompensa por los grandes sueños que me han dado.
Un gran patrón mágico comenzó a formarse bajo sus pies, y una lluvia de pétalos de flores se elevó en el aire, cubriendo el campo de batalla con un brillo etéreo.
La guadaña de Ana brilló intensamente, y con un único corte, el León del Sol fue partido en dos. Su cuerpo estalló en llamas, consumiéndose hasta no dejar rastro.
Ana bajó su arma lentamente, observando su trabajo.
—Lo hice… justo como lo planeé.
Pero antes de que pudiera celebrar, unas cadenas doradas surgieron de la nada y la envolvieron.
—Sí, justo como yo quería. —susurró Enkidu con una sonrisa siniestra.
Las cadenas se tensaron, alzando a Ana en el aire.
—¡Ana! —gritamos al unísono Fujimaru y yo.
Enkidu la observó con frialdad.
—Una guadaña que mata inmortales y esos ojos… En verdad eres una existencia problemática.
Los ojos de Ana se abrieron de par en par cuando una de las cadenas se clavó violentamente en su abdomen, atravesándola.
Su grito de dolor resonó en el aire.
Furia.
Mi cuerpo se movió por instinto, apareciendo detrás de Enkidu con una velocidad cegadora. Intenté golpearlo con todas mis fuerzas, pero él logró esquivar el ataque a tiempo.
No me detuve. En un parpadeo, me acerqué a Ana y desenvainé rápidamente a Yamato, cortando las cadenas con un solo movimiento.
Ana cayó en mis brazos y, sin perder tiempo, me posicioné detrás de Merlín, comenzando a curarla con mi chakra Jūbi y el Elemento Restauración.
Enkidu nos observaba, atónito.
—¿Cortó mis cadenas…?
Sus ojos reflejaban una mezcla de sorpresa y preocupación.
—Esto es malo…
Podía sentirlo. La curación era demasiado lenta.
Las cadenas divinas no solo restringían… también ralentizaban la regeneración.
Apreté los dientes. Necesitaba más energía.
De repente, el suelo comenzó a temblar violentamente.
—¿Qué… qué es esto? —susurró Fujimaru.
Con un estruendo ensordecedor, una gigantesca figura emergió de las profundidades de la tierra.
Era una mujer de tamaño colosal.
Su cuerpo inferior era el de una serpiente; en su espalda, cuatro alas se desplegaban con majestuosidad. Y de sus hombros, múltiples cabezas de serpiente siseaban amenazadoramente.
Los soldados palidecieron, sus rostros llenos de terror.
—Según el Doctor Romani… es un "Avenger"… —murmuró Mash, con la voz temblorosa— Un Servant que no debería existir.
El pánico se extendió entre los soldados. Muchos intentaron huir.
Pero la gigante los aplastó sin piedad.
—Los humanos son muy ruidosos… —su voz resonó como un eco antiguo, lleno de desprecio—. Soy la líder de la Alianza de las Tres Diosas.
Tiamat, madre de los monstruos, está frente a ustedes, humanos.
Mash contenía la respiración, con el cuerpo temblando ligeramente.
—¿E-esa es… Tiamat? —susurró, con miedo en su voz.
Antes de que nadie pudiera responder, Tiamat golpeó el suelo con una de sus colosales extremidades, desatando un terremoto que destrozó gran parte del terreno.
Yo me aferré a Ana, protegiéndola con mi cuerpo mientras seguía curándola, centrándome completamente en restaurar sus heridas.
Entonces, Tiamat alzó la mirada, y de sus ojos ancestrales surgió un poder que paralizó a todos en el campo de batalla…
Excepto a mí.
No le tenía miedo.
No podía permitirme sentirlo.
Sin embargo, Fujimaru y Mash lograron liberarse del hechizo. Al notar esto, Tiamat giró su atención hacia Enkidu.
—Apártate. —ordenó con voz imponente—. Yo me encargaré de eliminar al último Maestro de la Humanidad.
Merlín dio un paso adelante, con una expresión seria poco común en él.
—No puedo permitirlo. —dijo con calma—. Esta batalla es demasiado importante.
Sin perder tiempo, alzó su báculo y lanzó una poderosa ráfaga de energía mágica contra Tiamat.
Las serpientes en su espalda respondieron instantáneamente, disparando rayos de energía que chocaron contra el ataque de Merlín. Uno de ellos logró alcanzarlo de lleno, pero en un instante, su cuerpo se regeneró completamente.
—Soy un íncubo. —murmuró con una sonrisa ladina—. Mi existencia es más parecida a un sueño que a la realidad.
Tiamat sonrió.
—Interesante… Entonces harás una buena estatua en mi templo.
Sus ojos brillaron con un resplandor letal.
Los Ojos de la Petrificación.
—No puede ser… —susurró Mash.
Merlín se desvaneció y apareció detrás de Mash y Fujimaru, con una expresión de urgencia.
—Necesito que me protejan. —advirtió—. Si pierdo la conciencia, esto terminará muy mal.
Antes de que pudieran reaccionar, Tiamat lanzó un rayo de energía roja.
—¡Mash! —gritó Fujimaru.
Mash alzó su escudo con todas sus fuerzas, resistiendo el impacto con la ayuda del mana de Fujimaru.
En ese momento, Iwakamaru apareció desde las sombras, blandiendo su espada con una velocidad impresionante.
—Soy Iwakamaru, Servant del Rey Gilgamesh. Clase Rider. Lista para el combate. —declaró mientras adoptaba una postura de batalla.
Giró su mirada hacia nosotros.
—¡Váyanse! ¡Diríjanse a la muralla norte!
Yo exhalé lentamente y observé a Ana.
—Ya está… —murmuré al notar que su cuerpo estaba completamente recuperado.
Tiamat frunció el ceño.
—¿Creen que los dejaré escapar?
Las serpientes en su espalda se lanzaron al ataque, pero Iwakamaru se movió como un relámpago, cortando las cabezas con precisión letal.
—¡Iwakamaru, no pienso dejarte aquí! —gritó Fujimaru.
La guerrera sonrió de lado.
—Entonces, al menos regresa con vida.
—Es una promesa que cumpliré.
Con una velocidad vertiginosa, Iwakamaru seguía esquivando y cortando los rayos y cabezas que Tiamat lanzaba.
Yo no perdí más tiempo. Tomé a mis compañeros y salí volando de la ciudad a gran velocidad.
Desde lo alto, Enkidu observaba la batalla en silencio.
—¿Por qué no apareces, Gilgamesh…? —murmuró con desconfianza.
Mientras tanto, Iwakamaru continuaba su feroz batalla. Saltaba de casa en casa, desapareciendo y reapareciendo en diferentes lugares con una velocidad impresionante, evadiendo cada ataque de Tiamat.
De repente, una voz resonó en la distancia.
—¡Por aquí!
Un grupo de soldados agitaba sus manos desde la muralla norte.
—¡Dense prisa! Nos han informado de la situación. ¡Vengan rápido!
Pero antes de que pudiéramos llegar, el suelo tembló violentamente.
Con un rugido ensordecedor, Tiamat emergió de la tierra en un estallido de escombros y fuego.
Los soldados dispararon una lluvia de proyectiles desde la muralla, acribillando su cuerpo con todas sus armas.
Pero la Diosa Primordial no sufrió daño alguno.
Sus cabezas se alzaron en el aire, cargando con energía oscura, y desataron una tormenta de rayos devastadores.
Las murallas comenzaron a derrumbarse.
Las armas fueron destruidas.
Tiamat soltó una carcajada oscura, con una de sus cabezas sujetando el cuerpo de Iwakamaru.
—Esta chica fue un buen desafío… —dijo con burla.
Luego, la arrojó brutalmente al suelo.
—Su sacrificio fue en vano.
—¡Iwakamaru! —gritó Fujimaru, desesperado.
Pero entonces, una voz resonó con firmeza.
—Su sacrificio no fue en vano.
Las enormes puertas de la muralla se abrieron lentamente, y de entre la bruma de la batalla emergió una figura imponente.
Leonidas.
Detrás de él, un ejército de hologramas se alzaba, todos con armaduras doradas y lanzas relucientes.
El guerrero espartano clavó su lanza en el suelo y, con una voz imponente, gritó:
—¡Molon Labe!
Los soldados levantaron sus lanzas al unísono y las lanzaron contra Tiamat.
El cielo se oscureció con la lluvia de armas, pero…
No le hicieron ningún daño.
—¿Qué pueden hacer soldados comunes contra mí? —rugió Tiamat con desprecio.
Leonidas, con una mirada firme, alzó su escudo dorado y miró a sus hombres.
—Aquí vamos, mis amigos. —declaró con orgullo—. ¡Entréguenme sus almas!
—¡Thermopylae Enomotia!
Una gran barrera dorada se alzó alrededor de la muralla, resplandeciendo con el poder de los espartanos caídos.
Tiamat frunció el ceño y fijó su mirada en el rey espartano.
—¡Convierte en piedra! —ordenó, desatando su mirada de petrificación.
La barrera comenzó a agrietarse lentamente, pero Leonidas se mantuvo firme, reforzándola con su voluntad inquebrantable.
Tiamat aumentó su poder, lanzando más rayos de energía y quebrando más escudos protectores.
Sin embargo, Leonidas se sobrepuso una vez más, elevando la fuerza de su muralla dorada.
Tiamat no podía creer lo que veía.
—¡¿Cómo es posible que mis ojos míticos…?! —gruñó con furia—. ¡¿Quién demonios eres?!
Leonidas sonrió con orgullo.
—Soy descendiente del gran héroe Heracles… Hijo de Zeus.
Los ojos de Tiamat se abrieron de par en par.
—¿Un descendiente de Zeus…? —susurró sorprendida.
—Mi nombre es Leonidas, rey de los espartanos, un pueblo alabado por el mismo dios de la guerra, Ares.
Mientras hablaba, su casco comenzó a agrietarse, convirtiéndose en piedra y desmoronándose en pedazos.
Pero en lugar de temer, Leonidas sonrió con determinación.
—Y ahora que he descubierto tu identidad, Avenger…
Tiamat frunció el ceño.
—¿Avenger…?
Leonidas mantuvo la barrera con todas sus fuerzas, pero su cuerpo comenzó a petrificarse poco a poco.
—Nunca escuché que Tiamat usara ojos míticos. —dijo con voz serena—. Y si conoces el nombre de nuestro dios Zeus… entonces la verdadera identidad de una diosa serpiente que petrifica a la gente es evidente.
Cada vez más escudos se rompían, y su armadura se volvía piedra.
Finalmente, la barrera cedió, y Tiamat lanzó un rayo de energía directa hacia Leonidas.
El rey alzó su escudo, bloqueando el impacto con todas sus fuerzas, mientras sostenía su lanza con determinación.
—¡Toma esto!
Con un grito de guerra, lanzó su lanza con precisión mortal.
La punta atravesó el torso de Tiamat.
Un silencio sepulcral cayó sobre el campo de batalla.
—Una diosa perseguida como un monstruo… —murmuró Leonidas—. Gorgona.
Los ojos de Tiamat se encendieron con furia.
—¡Ese nombre…! —gruñó con rabia.
El aire se tornó pesado.
Leonidas intentó levantarse, pero sus piernas ya estaban convertidas en piedra.
Sus rodillas se quebraron y cayó al suelo.
Tiamat lo observó con admiración y burla al mismo tiempo.
—Tienes mi respeto. —dijo con voz fría—. Al menos morirás como un héroe… y no verás el fin de la humanidad.
Leonidas cerró los ojos y sonrió.
—La humanidad es como mi alma inmortal…
Dirigió su mirada hacia Mash, Fujimaru y a mí.
—Les dejo el resto…
Con esa última voluntad, su cuerpo se convirtió por completo en piedra y luego se desmoronó en partículas doradas.
Tiamat sonrió con superioridad.
—El mundo humano llegará a su fin… y su más poderoso protector murió en vano.
—¿Murió en vano?
Una voz interrumpió el silencio.
Iwakamaru se levantaba poco a poco, con el cuerpo maltrecho, pero una feroz determinación en sus ojos.
—Ya veo, Gorgona… eres una principiante cuando se trata de la guerra.
La sorpresa cruzó el rostro de la diosa.
Iwakamaru alzó su espada petrificada.
—Sobre el puente de Gojo, en la capital… el gran hombre llamado Benkei…
—¡No! —gritó Fujimaru.
Iwakamaru exhaló lentamente.
—Nosotros somos espíritus heroicos. Sombras de humanos que una vez existieron, grabadas en la historia de la humanidad.
Observó su espada.
Poco a poco, las partes petrificadas se desprendieron, revelando la hoja intacta debajo.
—Nuestra recompensa por reconstruir la humanidad… es que nuestra historia continúe.
Con una expresión decidida, desató su poder.
—¡Arte secreto: Ocho Sombras Cortantes!
Ocho clones de Iwakamaru aparecieron alrededor de Gorgona, abalanzándose sobre ella con velocidad cegadora.
Tiamat respondió instantáneamente, desatando rayos de energía y ataques de sus serpientes.
Uno de los clones esquivó hábilmente y trepó por el cuerpo de una de las serpientes, pero fue destruido antes de llegar a su objetivo.
Sin embargo, su espada salió volando…
Otro clon la tomó en el aire y continuó corriendo y esquivando los ataques de Gorgona.
Este proceso se repitió una y otra vez, pasando la espada de mano en mano hasta que finalmente llegó a Iwakamaru.
—Este es el adiós… —pensó Iwakamaru.
El filo de su espada se envolvió en llamas.
Con un gran salto, descendió sobre Gorgona con un ataque final.
Un estallido de luz cubrió el campo de batalla.
La explosión consumió a ambos…
El humo tardó en disiparse.
Pero cuando finalmente se despejó…
Gorgona seguía de pie.
—No puede ser… —susurró Fujimaru con horror.
Las heridas de Gorgona se habían curado completamente.
—El Santo Grial… —murmuró con voz temblorosa—. Lo está usando para regenerarse.
Las palabras de Fujimaru se quedaron en el aire, pero Gorgon no tardó en confirmarlas con una risa llena de desprecio.
—Pero no te equivoques… —susurró con voz gélida—. No estoy usando el poder del Santo Grial. No necesito ayuda extra para acabar con los humanos.
Levantó sus brazos hacia el cielo y rugió con furia.
—¡Bestias demoníacas! ¡Ha llegado el momento! ¡Liberen su odio y destruyan Uruk!
Pero antes de que el ejército avanzara, una voz calmada interrumpió su orden.
—Espera, madre… ¿no vamos demasiado deprisa?
Era Enkidu.
Gorgon frunció el ceño.
—¿Qué?
El andrógino guerrero esbozó una leve sonrisa.
—Conquistar Uruk es demasiado fácil. Además, si tomamos la ciudad ahora, la alianza se romperá antes de tiempo.
Gorgon no dijo nada, pero su mirada exigía una explicación.
—La segunda generación ya está lista para futuras batallas. —prosiguió Enkidu—. Además, cien mil descendientes esperan nacer en el Fuerte de Sangre. La alianza de las tres diosas debe mantenerse hasta que ese momento llegue.
El ambiente se tensó.
—Y además… —dijo con una sonrisa cruel—. Sería más divertido destruirlos poco a poco.
Enkidu miró hacia el horizonte, donde las murallas de Uruk se alzaban desafiantes.
—Los humanos nos lo han arrebatado todo… los animales, la tierra… se olvidaron de nuestra madre.
Gorgon suspiró.
—Humanos… agradezcan la compasión de mi hijo. —declaró con voz solemne—. Pero no olviden que vuestra destrucción… apenas ha comenzado.
Un remolino de arena comenzó a envolver su cuerpo.
—¡¿Cómo que te vas?! —grité, sintiendo la furia arder en mi interior—. ¡Después de todo lo que hiciste! ¡Te destruiré aquí mismo!
La ira estalló en mi ser como un volcán en erupción.
La energía brotó de mí en una onda expansiva cegadora, sacudiendo el suelo y el aire con un estruendo ensordecedor.
—¡Perece bajo el poder del trueno!
Materialicé una flecha eléctrica de energía pura, la tomé con firmeza y la lancé con toda mi fuerza.
—¡Lanza del Trueno!
Pero mi ataque solo atravesó el humo remanente.
Gorgon ya se había ido.
La lanza continuó su curso, impactando a lo lejos con una fuerza descomunal.
El cielo y la tierra se partieron en un radio de cien kilómetros, y una explosión de luz iluminó la noche como si fuera de día.
El viento rugió con tal intensidad que incluso las murallas de Uruk temblaron, agrietándose bajo la presión.
Pero lo peor estaba por venir.
El impacto generó un terremoto devastador, sacudiendo el suelo con una furia incontenible.
—¡Mierda! —grité con frustración, liberando aún más energía en un arrebato de rabia.
Mi aura oscura se expandió, envolviéndome como un torbellino de destrucción.
Mis ojos se clavaron en Enkidu, quien permanecía impasible.
—Da gracias a que sé que el rey no te quiere muerto. —dije con voz helada—. Porque si no, te destriparía y colgaría tus intestinos en la muralla para que todos los vieran.
Un escalofrío recorrió a todos los presentes.
Incluso Enkidu palideció por un instante.
—Ana, recuérdame nunca enfadar a Luciano. —susurró Merlín.
—No es para tanto. —respondió Ana, sin dejar de mirarme. Luego, con una sonrisa—. Eso es porque para él soy como una hermanita.
Enkidu exhaló lentamente.
—Menos mal que madre se retiró. —murmuró, todavía temblando por la fuerza de mi ataque y la amenaza que acababa de hacerle.
Luego esbozó una sonrisa amarga.
—La vida es tan complicada cuando tienes un padre tan irracional…
Dirigió su mirada hacia mí.
—Los hijos no pueden elegir a sus padres.
Merlín lo observó con curiosidad.
—Entonces, dime… ¿quién eres realmente? Porque no eres Enkidu.
Un breve silencio se instaló entre nosotros.
Finalmente, Enkidu sonrió con arrogancia.
—Soy el prototipo de aquel que gobernará el mundo en su lugar, reemplazando a los humanos arcaicos.
Su mirada se tornó fría.
—Mi verdadero nombre es… Kingu.
Y sin decir más, desplegó su poder y desapareció en el cielo con una velocidad asombrosa.
El campo de batalla quedó sumido en el silencio.
Uno de los soldados miró los cadáveres cubiertos por sábanas y susurró con la voz rota por el dolor.
—¿Es imposible ahora que Leonidas no está…?
De pronto, una voz nos sacó de nuestros pensamientos.
—Aquí están.
Nos giramos y vimos a Benkei.
El guerrero nos observó con seriedad, antes de soltar un largo suspiro.
—Yo también me marcho.
Nos miró una última vez.
—Den mis disculpas al rey Gilgamesh… por no haber cumplido sus expectativas.
Y con esas últimas palabras, se dio la vuelta y desapareció en la noche.
—¿Por qué...? —preguntó Mash, con la voz temblorosa.
Benkei bajó la mirada, su expresión era de profunda tristeza.
—Porque yo no soy el Benkei que conocéis.
Mash y Fujimaru se quedaron en silencio, expectantes.
—Mi verdadero nombre es Kaison. —continuó con un susurro—. Un traidor que abandonó a Yoshitsune y Benkei-sama...
El peso de esas palabras cayó sobre el grupo como una losa.
—Por eso dediqué mi vida a contar la leyenda de Yoshitsune-sama.
Benkei alzó la vista hacia Fujimaru, esbozando una leve sonrisa melancólica.
—Por eso, cuando supe que conocías nuestras leyendas... fui muy feliz, Fujimaru.
Dicho esto, se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
Fujimaru lo observó en silencio, hasta que su figura desapareció en la distancia.
Los recuerdos de Leonidas volvieron a su mente.
"Pon una piedra sobre otra... Es algo que cualquier humano puede hacer."
Inspiró hondo, luego se agachó y tomó una piedra del suelo.
Con firmeza, la colocó sobre la muralla.
Mash y los demás observaron en silencio su acción... hasta que, uno por uno, comenzaron a hacer lo mismo.
Las piedras se amontonaban, pero más que reforzar la muralla, fortalecían el espíritu de los que quedaban.
El ambiente, antes sombrío, empezó a cambiar.
Las expresiones de los soldados se llenaron de determinación.
—Esto está mejor… —dije con una leve sonrisa—. Parece que también iré a ayudar.
Continuará…