Cherreads

Chapter 8 - Capítulo 08: Instantes Robados al Destino

El eco de aquellas palabras malditas seguía retumbando en mi cabeza.

"Eres uno de los míos."

"Comiste la carne del inmortal."

El mundo se desmoronaba a mi alrededor en un torrente de sonidos lejanos y luces distorsionadas. Algo tiraba de mí, pero mi cuerpo no respondía. Cada paso era un tropiezo, un intento fallido por sacarme de ahí. Y en los pocos momentos de lucidez, solo una palabra resonaba en mi mente.

Dyr… Dyr…

"Estás fallando."

—¡Dyr!

Un impacto brutal me lanzó contra la pared. Sentí la piel abrirse al contacto con la piedra rugosa. Caí sin fuerzas, el sabor metálico de la sangre llenando mi boca. Alguien me tomó del rostro, forzándome a mirar, pero en mis ojos solo había vacío.

—¡Dijiste que me mantendrías a salvo!

La voz se quebró en un grito desesperado. Manos temblorosas se aferraron a mis mejillas, sacudiéndome con brutalidad. Ojos aterrorizados buscaban los míos, pero no había nadie allí para responder.

Miedo. Angustia. Desesperación. Mi respiración era errática. Un grito subió por mi garganta, creciendo como un rugido salvaje.

Golpes. Una, dos, tres veces. Puños que ardían al estrellarse contra mi piel.

—¡¿Qué carajos te pasa?! ¡Respóndeme!

Las sombras en mi cuerpo se retorcían como serpientes, avanzando desde mi cuello hasta mis brazos, devorándome con su oscuridad viscosa. Las venas parecían llenarse de un veneno ardiente. Algo dentro de mí se rompía.

Mi cabeza se sacudió con violencia. Me golpeé contra la pared, una y otra vez, hasta que sentí el cráneo crujir. El dolor no bastaba. Necesitaba más. Necesitaba arrancarme de este tormento.

—¡Dyr!

Unos brazos se aferraron a mí con tanta fuerza que dolía.

—¡No hagas esto, por favor! —La voz era un sollozo desesperado—. ¡Dyr, mírame, MALDITA SEA!

Intenté zafarme, pero el agarre era feroz. La voz quebrada retumbaba en el aire, pero mis músculos se negaban a obedecer. Mi cuerpo solo quería seguir destruyéndose.

—¡¿Qué carajos te pasa?!

—¡Señorita Nanatori!

La voz ajena se coló entre el caos, pero no hubo reacción.

—¡Señorita Nanatori, escúcheme!

Un tirón en el hombro. Un intento de hacerla reaccionar. Fue en vano. Con un movimiento brusco, apartó la mano con furia.

—¡No me digas qué hacer! ¡No me pidas que lo suelte! ¡No me pidas que lo deje morir!

El aire quemaba en su garganta, los ojos desbordaban lágrimas que no tenía tiempo de limpiar. La desesperación la ahogaba. No podía hacer nada. No podía salvarlo.

—¡Dyr, te estoy diciendo que te detengas! —Su voz tembló, desgarrada.

—¿Dyr…?

Desde atrás, alguien observaba la escena. Ojos clavados en el mismo chico que siempre había sido tragado por la oscuridad.

—Señorita… permítame hacer algo.

Una mano se alzó. Un golpe seco en la nuca. La fuerza fue brutal. La vista se me nubló. Todo se volvió un borrón.

—Perdona, Dyr… —El tono era firme, sin titubeos—. Señorita Nanatori, debemos irnos ahora.

El peso de mi cuerpo fue sostenido con esfuerzo. Un susurro apenas escapó de entre sus labios.

—No puedo dejarlo…

—Nunca dije que lo haríamos —Los ojos brillaron con determinación—. Pero si lo sujeta con tanta fuerza, no podré cargarlo.

Dudas. Reticencia. Luego, finalmente, un paso atrás.

El peso muerto de mi cuerpo fue recogido.

—¿Pero qué…? —Una mirada se fijó en las líneas oscuras arrastrándose por mi piel—. Eso puede esperar. ¡Vamos!

Nanatori no pudo evitar seguir llorando. Sus manos aún temblaban, su pecho subía y bajaba con respiraciones erráticas. No podía dejar de mirarme. Como si en cualquier momento fuera a volver a perderme.

Puedes perdonarme? No recuerdo nada más de esa noche… Supongo que es increíble, de cierto modo, que me haya mantenido despierto durante un buen rato.

Lo siguiente que recuerdo es esto:

El amanecer se filtraba a través de la ventana, bañando la habitación con un resplandor tenue. A pesar de la constante voz del "hijo de Dios" en mi mente, no tuve sueños, solo un abismo de oscuridad infinita.

—Nanatori… —El susurro escapó de mis labios al notar una figura borrosa frente a mí. La vista tardó en aclararse, los ojos pesados como si hubieran estado sellados por días. Parpadeé, y finalmente lo vi.

Un hombre estaba de pie delante de mí.

Un impulso primitivo estalló en mi pecho.

—¡MALDITO! —Los dientes rechinaron mientras intentaba lanzarme contra él, pero mi cuerpo no respondía. Cada fibra de mis músculos estaba petrificada. Solo pude escupir veneno con la voz—. ¡Más te vale que no la toques!

La sombra frente a mí inclinó la cabeza, con una sonrisa que se parecía más a una mueca de curiosidad.

—¿Yo? Oye, Dyr… ¿Desde cuándo la señorita y tú tienen tanta confianza?

La neblina en mi mente comenzó a disiparse por completo. El rostro del hombre se hizo más claro. Un recuerdo me golpeó como un martillazo en la sien.

—Tú eres… —Las palabras murieron en mi garganta. En un acto reflejo, bajé la cabeza con brusquedad—. ¡Perdóneme, señor! Creo que me confundí de persona…

El hombre soltó un suspiro, con la misma expresión indescifrable.

—Eso es obvio. Pero hay algo que me da curiosidad… —Señaló con el dedo a un costado.

Un mal presentimiento se deslizó por mi columna. Giré la cabeza con dificultad.

Y ahí estaba ella.

—¡Nanatori! —El alivio se desbordó de mis labios en un grito. Mi cuerpo aún no me obedecía, pero sentí una ola cálida recorrer mi pecho, una sensación tan reconfortante que no pude evitar que unas lágrimas resbalaran por mis mejillas—. Gracias a Dios…

La sonrisa del hombre se amplió apenas un poco.

—Oye… ¿Desde cuándo acostumbran a dormir juntos? —Su tono se tiñó de burla—. Le preparé una habitación a la señorita y otra a ti. Me fui a dormir al sofá, desperté con un terrible dolor de cuello y espalda… Fui a levantarla para desayunar y no la encontré. Estaba a punto de salir corriendo a buscarla, pero no podía dejarte solo, así que vine aquí… Y mira lo que encuentro.

Los ojos se posaron en la escena frente a él.

—Durmiendo plácidamente, abrazado con cariño por una chica linda… Estás disfrutando tu crecimiento, ¿verdad?

El ruido pareció molestarla, pero en vez de despertar, su cuerpo se acomodó con más tranquilidad. Un brazo se deslizó sobre mí, rodeándome con un calor inconsciente.

—Oye… ¿En serio qué le hiciste? —El hombre me observó con una ceja arqueada.

—¿Yo? Nada. Eso creo…

—¿Y siempre es así contigo?

Mis labios se curvaron apenas en una sombra de sonrisa. Un reflejo fugaz de algo parecido a satisfacción brilló en mi mirada.

—Espero que lo siga siendo… No me molesta. Ni un poco.

—Me lo imagino… —Su expresión se suavizó por un momento, pero enseguida recuperó su tono habitual—. Bien. Dime qué pasó.

Las palabras se sintieron pesadas en mi garganta. No quería recordar. No quería hablar de ello. Pero el peso de la noche anterior seguía ahogándome.

—Lamento molestarlo, señor…

—Ito Sae. Dime Sae a secas.

—Sae… —Hice una pausa—. ¿Qué quiere saber en concreto?

—Todo. Todo lo que puedas… —Su voz se corrigió a sí misma con rapidez—. Perdón, todo lo que quieras contarme. No soy un juez ni nada de eso. Solo quiero saber qué han hecho desde que Novara… ya sabes.

El nombre cayó como plomo en la habitación. Tragué saliva. Las imágenes de fuego, sangre y sombras regresaron en una oleada aplastante.

—Desde que Novara murió…

El silencio se tragó las palabras.

No sabía si estaba listo para decirlas.

—Entiendo… Gracias por comprenderme. —Las palabras salieron con un tono seco, casi mecánico. Me giré hacia la ventana justo cuando una ráfaga de viento se coló en la habitación, empujando los cristales abiertos de par en par. El aire helado nos envolvió por un instante.

—Comí la carne del inmortal —murmuré, dejando que el viento hablara por mí—. Y ahora puedo hacer cosas como esa.

—Por eso me derribaste como si nada. —La voz sonó más como una afirmación que como una pregunta.

—De hecho… —Aparté la mirada, sintiendo un nudo formarse en mi garganta—. Fue más un impulso de rabia. Ese día perdí todo lo que conocía… y lo poco que me quedaba.

—¿A dónde fuiste después de eso?

Silencio.

Los recuerdos golpearon con la misma violencia con la que el viento sacudía las cortinas.

—Fui a… Corrí hacia… —Las palabras se atoraron en mi garganta, enredadas en un mar de imágenes borrosas y el eco de gritos en mi cabeza. Lo que sucedió con ella aún me atormenta—. Corrí directamente hacia Nanatori. Al lugar donde la dejé. En ese momento, no sabía si era seguro volver al hospital.

—Pero volviste solo. —Sus palabras cortaron como un bisturí.

—Me… Me refería a si era seguro para Nanatori. Fui por ella y la llevé a un lugar seguro.

—¿A qué lugar?

—A mi casa… o bueno, lo más cercano que puedo llamar "casa".

—¿La mansión donde te encontré?

Asentí en silencio. Por un momento, el peso de mi decisión se sintió aún más fuerte sobre mis hombros.

—Pensé que sería lo mejor para Nanatori. Alejarse de toda la locura que había vivido en estos días… Tal vez incluso podríamos vivir felices. Como alguna vez viví al lado de Novara.

Un vacío amargo me llenó el pecho. Decir su nombre aún dolía.

—¿Y qué sucedió con el tipo que la raptó?

Lye Kuro.

El nombre revoloteó en mi cabeza como un eco distante. Sin emoción. Sin rabia. Sin nada.

—Lo asesiné. —Mi voz fue fría. Plana. Como si hablara del clima.

Los ojos de Sae se abrieron de par en par. El impacto en su rostro fue inconfundible.

—¿Qué hiciste?

—Fue lento. Doloroso. Cruel. —Cada palabra cayó con el peso de un juicio inapelable—. Lo mismo le dije a Nanatori. No disfruté el momento. Pero tampoco me arrepiento. Solo… sucedió.

El silencio se hizo más pesado. Pude sentir la mirada de Sae clavada en mí.

—¿Nanatori estaba ahí? —Esta vez su tono dejó de lado las cordialidades. No era solo curiosidad. Era algo más.

—Ella lo vio... Todo. Cada acción, cada golpe, cada instante en el que estuve a punto de morir. Pero en ese momento, no pensé más allá. Me aferré a la idea de que podríamos ser felices… hasta que todo cambió.

El temblor recorrió mi cuerpo, primero sutil, luego incontrolable.

—Cuando ese maldito llegó… —La voz me traicionó, se quebró—. Asesinó. A sangre fría. Como si nada. Gente inocente que no hizo nada… personas con familias, con razones para vivir…

—¿Estás diciendo que todo el caos de ayer fue causado por una sola persona?

La incredulidad se reflejaba en su rostro. Me reí, pero no por diversión. Era una risa amarga, llena de rabia contenida.

—Chistoso, ¿verdad? —La sonrisa nerviosa no me abandonó—. Ese bastardo dice ser un "hijo de Dios", o su relevo, su juez… lo que putas quiera ser. Es un maldito loco.

—¿Buscaba a Nanatori?

—No, no, no… Buscaba la carne del inmortal… la que me comí. No la tocó ni una sola vez. Pero él… —Un escalofrío me recorrió la espalda al recordar sus palabras.

"Eres uno de nosotros."

Un rugido me subió por la garganta.

—¡NO SOY COMO USTEDES! ¡No hago esto por egoísmo, solo trato de darle una oportunidad a Nanatori! ¡Una oportunidad a mí mismo! ¿Acaso no puedo ser feliz?! ¿¡Quién carajos dictó mi vida como una puta miseria!?

Un agarre firme en mi hombro me obligó a callar. La presión era fuerte, pero más lo era la mirada que me encontró en medio de mi furia.

—Nadie. —La voz fue baja, pero segura—. Dyr, no entiendo la mayoría de las cosas que estás diciendo. Trato de comprender, pero me niego a hacerlo. La vida es así… siempre rodeada de miseria, hundida en tristeza, arrastrándote lentamente a la desesperación. Aun así, es bella. Es hermosa. Es simple. Desde el momento en que nacemos estamos condenados a ver el mundo de una forma, y el mundo a vernos a nosotros de otra. Son nuestras acciones y pensamientos los que cambian esa percepción. Así de simple.

Me quedé en silencio, pero la rabia seguía latiendo en mi pecho.

—Ja… Así lo ves tú. —Solté una risa seca, sin humor—. Desde que nací hasta ahora he estado solo. Sin nada. Y lo poco que creía tener, me lo arrebatan una y otra vez. A pesar de que tengo los poderes de un dios… me ven como menos. Como si estuviera allá abajo. Como una… —Apreté los dientes con furia—. Cucaracha.

El peso de un cuerpo cálido me sacó abruptamente de mis pensamientos. Algo suave, tibio… una mejilla contra la mía, un par de brazos aferrándose con fuerza.

—No eres un dios. —La voz fue baja, pero firme—. Tampoco eres como ellos… Lo repites una y otra vez, hasta eres molesto. —El agarre se hizo más fuerte—. Eres Dyr Yuuzora.

El mundo pareció detenerse.

—¿Q… qué es esto…? —El shock me dejó inmóvil. No era vergüenza ni felicidad… era otra cosa. Algo más profundo. Algo que me hacía eco en un rincón olvidado de mi memoria. Ese calor… el tacto de una persona…

¿Pero quién…?

La presión se aflojó, solo para dejarme ver un par de ojos que se clavaban en los míos con una mezcla de descaro y algo más… algo que no lograba descifrar.

—Oye… —La sonrisa fue traviesa, y sus mejillas se tornaron levemente rosadas—. Eres un malcriado, ¿te gusta que te consientan a cada paso que das, verdad? —La expresión se tornó burlona—. Qué lindo… debes estar ansioso por mis bes…

La mirada se desvió. El instante se rompió.

Un par de ojos nos observaban.

El silencio en la habitación se volvió insoportable.

—B-buenos días, Sae… —El tono tartamudeante la delató por completo.

—Señorita. —El saludo fue escueto, cargado de incomodidad.

El aire en la habitación se volvió pesado. Nadie se movió. Nadie dijo una palabra. Hasta que una figura se levantó de la cama y, con la mayor dignidad que pudo reunir, salió en silencio.

—Tragame tierra… —murmuró del otro lado de la puerta, con la cara completamente roja.

Una carcajada seca resonó en el aire.

—Sabes… —La mirada de Sae se clavó en la puerta entreabierta antes de volver a mí—. A mi manera de ver las cosas… la señorita Nanatori es la única que logra hacerte entrar en razón.

Las palabras de Sae seguían resonando en el aire, pero mi mente se aferraba a otra cosa. Aquella silueta, aquella imagen borrosa que apenas podía reconstruir en mi memoria… era hermosa. Y con ella, por un instante, el miedo desapareció.

—Entonces, Dyr… ¿Dyr? —Un chasquido de dedos rompió el trance.

Parpadeé, sacudiendo la cabeza.

—Oh, perdona, Sae. Me perdí un momento.

—Bueno, si una chica linda hiciera lo mismo conmigo, yo también me perdería. —El leve golpe en la pared me hizo sonreír. Alguien estaba avergonzada.— Como sea… Dyr, ¿qué son esas marcas en tu cuerpo?

—¿Marcas? —Bajé la mirada. Líneas negras recorrían cada centímetro de mi piel. Se veían antiguas y a la vez como si acabaran de grabarse en mi carne.— No tengo ni idea.

—¿Duelen?

—Al principio lo hacían… dolían como el infierno mismo. Pero ahora… —Cerré los ojos, tratando de concentrarme. El poder dentro de mí debía responder. Se suponía que podía curarme.— No puedo hacerlo. —Abrí los ojos, pero las marcas seguían ahí, negras como la noche, sin prisa por irse.

—¿Tenía que pasar algo?

—Debí curarme por completo. La carne del inmortal me dio esa capacidad… por eso no morí con Lye Kuro. Pero ahora… ahora no puedo.

—Te escuchas como si hablaras de monstruos sacados de algún cuento. —Sae me observó con una mezcla de incredulidad y curiosidad.

Reí, aunque sin mucho humor.

—Me gustaría que así fuera. Ahora entiendo por qué Novara quería que yo comiera eso desesperadamente. Bueno, aunque de poco me ha servido. Esos monstruos son algo serio.

—¿Y cómo los encontraron?

Tomé aire, buscando la mejor manera de explicarlo.

—Nosotros… fuimos por ellos.

—¿Qué?

—Sí… pensándolo bien, no fue la mejor idea que hemos tenido.

Sae se pasó una mano por la cara.

—Bueno, al menos no saben quiénes son ustedes.

—Bueno…

—Lo saben, ¿no es así?

—Lo siento… —Desvié la mirada, tratando de cambiar de tema lo más rápido posible—. ¡Hey! ¿Dónde estamos?

Sae resopló, como si me dejara pasar el desliz.

—Lejos de la ciudad. Me aseguré de llevarlos lo más lejos posible. Los subí a mi auto y conduje como un loco. —Hizo una pausa, como si recordara algo—. Si te sirve para recuperar ánimos… la señorita Nanatori se aferró a ti con fuerza. Nunca dejó de abrazarte ni de pedir que te recuperaras. Es una buena chica.

El silencio se hizo por unos segundos. Bajé la mirada hacia mis manos… aquellas marcas aún estaban ahí, pero por primera vez en un largo tiempo, el peso sobre mis hombros pareció aligerarse un poco.

Volteé la mirada completamente, fijando los ojos en las almohadas, tratando de ocultar el calor que subía a mi rostro.

—Cómo sea… ¿Quieres desayunar?

—Por favor.

—¿Puedes moverte?

—Tal vez en unos minutos.

—Bien, te llamaré cuando sea hora.

Escuché los pasos alejarse. Parecía que entendía lo que me pasaba. Cuando era joven, ¿también le sucedía lo mismo? Murmuró algo sobre bellos recuerdos antes de detenerse en seco. Sentí su mirada desviarse hacia el suelo.

—Señorita Nanatori… ¿Nos acompaña a desayunar?

Un movimiento rápido. Apenas y la vi asentir con la cabeza, todavía escondida entre su cabello y las manos.

—Los llamaré cuando esté listo el desayuno.

El sonido de sus pasos se perdió en la distancia. Por un momento, el silencio se mantuvo en la habitación, solo interrumpido por mi propia respiración. No tenía idea de cuánto tiempo pasó hasta que el aroma del arroz y los huevos llegó hasta aquí. Nada sofisticado, pero después de lo de ayer, se sentía como un lujo.

Mientras en la cocina todo se desarrollaba con normalidad, algo más parecía inquietarlo.

—Esas líneas… —murmuró para sí mismo—. Son como las que tenía Novara… ¿En qué estás metido, Dyr? Hay cosas que no entiendo para nada. Dice que comió algo que le dio poder, dice haber asesinado, ser un Dios… ¿Será acaso que esa enfermedad te hace alucinar? No tengo ni idea.

Minutos después, el sonido de pasos acercándose me sacó de mis pensamientos. Luego, unos golpes suaves en la puerta.

—Dyr, muchacho, ya podemos desayunar. ¿Puedes moverte?

Ya estaba sentado en el borde de la cama, observando mi cuerpo, tratando de comprender lo que me estaba ocurriendo. Alcé la mirada hacia la puerta.

—Oh, creo que sí.

Me puse de pie y abrí lentamente. Aún sentía mi cuerpo pesado, como si cada músculo se negara a responder con normalidad.

—Me siento muy cansado, pero creo que puedo.

—Bien, ve a la mesa. Te daré algo de ropa y tiraré a la basura esos trapos viejos. ¿Tienes algún gusto en específico?

Llevé una mano a mi cabeza, masajeando mis sienes.

—Me gustaría una chamarra. Me siento extraño sin una.

—De acuerdo… Ah, es verdad. ¿Y la señorita?

—No tengo ni idea. Déjame intentar algo.

Cerré los ojos y me concentré. Si mi poder me permitía hacer fluir el aire, tal vez también podría escuchar a una persona conocida. El sonido de su respiración, el ritmo de su pulso…

—Creo que está en su habitación.

—Bien —asintió con un suspiro—. Ve por ella. Empiecen sin mí, no hay problema.

Sin más, se alejó en busca de ropa para mí. Yo, en cambio, di un paso fuera de la habitación y dirigí la mirada hacia donde creía que estaba ella.

—Seguro…

Las paredes parecían estrecharse, el aire se volvía denso, y cada paso resonaba como un eco lejano en mi propia mente. La distancia entre la sala y su habitación era insignificante, apenas un par de metros, pero el tiempo se estiraba de manera extraña. Tal vez era solo mi cabeza divagando en pensamientos hermosos… Sí, seguramente era el tiempo el que jugaba conmigo.

Me detuve frente a la puerta y, con apenas la yema de un dedo, toqué la madera con suavidad.

La puerta se abrió apenas un resquicio, lo suficiente para que un par de ojos asomaran desde la oscuridad del cuarto.

—¿Qué quieres? —La voz sonó monótona, pero el brillo en su mirada delataba un trasfondo de inquietud.

—Sae dijo que podíamos comer antes.

La puerta se abrió de golpe. En un instante, unas manos me tomaron con firmeza y me empujaron hasta la cama sin darme oportunidad de reaccionar.

—¿Cómo te sientes? —El tono ahora era más serio, casi demandante.

—Creo que he estado peor.

—Dime la verdad.

Tragué saliva. Era inútil mentir.

—Devastado sería decir poco.

Un breve silencio flotó entre nosotros, interrumpido solo por el sonido distante del viento golpeando la ventana.

—¿No te duelen? —La pregunta llegó acompañada de una mirada fugaz, una mezcla de preocupación y curiosidad.

Mis ojos recorrieron las líneas negras que serpenteaban por mi piel, cicatrices imborrables de una batalla aún reciente. Inspiré hondo.

—Creo que… comparado a todo lo que me ha pasado… sí, me duelen.

Sin previo aviso, sentí un peso ligero apoyarse contra mi hombro. Un susurro de calidez en medio de todo el caos.

—¿Qué fue lo que te pasó? —La voz ahora era más baja, más suave, como si temiera romper algo con una sola palabra.

Cerré los ojos por un instante y apoyé mi cabeza sobre la suya. Un refugio momentáneo, una tregua en medio de la tormenta.

—Tuve miedo…

El silencio volvió, pero esta vez no era incómodo. Era una pausa necesaria.

—¿Podías haberle ganado? —La pregunta llegó como un susurro cargado de significado.

La respuesta ardía en mi garganta, pero aún no estaba listo para decirla en voz alta.

Solté un suspiro, largo y pesado. El peso en mi pecho no disminuía. —No… me derrotó totalmente. —Esa verdad se clavaba como una espina que no podía arrancar.

—Perdón… —Su voz sonó frágil, casi quebrada. No se atrevía a mirarme—. Fue mi culpa que te haya pasado todo eso.

No. No podía culparla. Pero… ¿entonces quién tenía la culpa? Si tan solo hubiera dejado de temblar en ese momento… si hubiera tenido el valor de moverme… tal vez… tal vez… No lo sabía. Algo habría cambiado, algo habría pasado. Pero en lugar de eso, terminé en el suelo, viendo cómo todo se desmoronaba.

—Cuando me lanzaste… —susurró, como si las palabras le quemaran la garganta—. Pensé en esconderme en algún lugar, pero… no sería diferente a cuando lo hice con Lye Kuro. Ellos… ustedes, parecen imparables. No importa lo que gente como yo hagamos… solo somos estorbos en un mundo que ya les pertenece.

¿Nosotros? No… ellos. Mi garganta se cerró. Yo no tenía nada en especial. No era un dios, ni un héroe. Solo un tipo que dudaba de sí mismo en cada paso que daba. ¿Por qué sigo fingiendo que soy más que eso?

—Yo… —las palabras salieron ahogadas—. No soy como ellos. Dudo a cada momento si soy yo mismo. Ni siquiera sé si… si estoy haciendo lo correcto.

El silencio se hizo eterno. Quería decir más, pero las palabras se atoraban en mi pecho. Entonces, la miré. Sus manos temblaban. **Aún temblaban.**

—En cambio tú… —tragando saliva, desvié la vista por un momento—. Derrotaste a ese bastardo.

—Tenía miedo. —Sus ojos brillaban, aunque la oscuridad los cubriera—. No quería moverme… pero no podía ver cómo, otra vez… te dejaban al borde de la muerte. Incluso ahora siento cómo me tiemblan las manos.

Mierda. Algo en mi pecho se estrujó. Su miedo… su dolor… todo por mi culpa.

**Pasaron varios minutos.** El silencio nos envolvió, pero esta vez no era incómodo. Estábamos ahí… solos… juntos. No había dudas, ni confrontación. Solo nosotros dos, perdidos en ese instante.

—Oye… —rompí el silencio, aunque mi voz sonaba más suave de lo que esperaba—. Sae me dijo que no parabas de llorar por mí.

Intenté sonar relajado, casi en tono burlón, pero la culpa todavía pesaba.

—Ja… —una risita amarga escapó de sus labios, pero sus ojos no escondían lo que realmente sentía—. Pues claro… ¿quién en su sano juicio no lloraría por un perro sucio de la calle a punto de morir?

Rechiné los dientes, frustrado, pero también un poco divertido. El ambiente estaba demasiado relajado para que me sintiera realmente molesto.

—Ah… —suspiré, dejando salir mi resignación—. Así que eso soy ahora.

—Ni más ni menos. —Su tono fue tan descarado que no pude evitar fruncir el ceño.

Solté un bufido, fingiendo estar ofendido.

—¿Y por qué estabas en mi cama? —Levanté una ceja, tratando de cambiar el tema antes de que la vergüenza me consumiera.

—No dejabas de llorar. —Su expresión cambió por completo mientras imitaba mi voz, poniéndola más gruesa—. "Nanatori, Nanatori, no me dejes, quédate conmigo. Nanatori esto, Nanatori aquello…"

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¡Oye! —Un calor abrasador subió hasta mis mejillas.

—Ah, pero si hubieras escuchado lo patético que sonabas. —Se llevó una mano al pecho, dramatizando la situación—. Pensé que tendrías pesadillas si te dejaba solo.

Mis mejillas ardían.

—Es… es culpa de tu padre por darte un nombre tan bonito… —murmuré, desviando la mirada. ¿Por qué demonios dije eso?

—¿Eh…? —Se apartó un poco, pero solo para mirarme fijamente con una sonrisa pícara que hizo que mi corazón saltara—. Dilo otra vez.

Oh no. No. No iba a caer en esa trampa.

—Tu… tu nombre… —las palabras salieron en un susurro, apenas audible.

—¿Qué? —Se inclinó más, acortando la distancia entre nosotros—. ¿Qué tiene mi nombre?

Sus ojos estaban peligrosamente cerca. Su aliento rozó mi piel y sentí cómo mi corazón latía con fuerza descontrolada.

—¡Olvídalo! —Me levanté de un salto, sintiendo cómo mi rostro se prendía fuego—. ¡Sigues siendo mala conmigo!

**Huí como alma que lleva el diablo, directo al comedor.** Si me quedaba un segundo más ahí, probablemente explotaría.

—Oye, Dyr…

No, no, no…

Volteé a verla, aunque sabía que mi cara seguía roja.

—La más mala, cariño. —Apuntó hacia mí con los dedos en forma de pistola, como si fuera una pistolera intrépida.

Mi corazón dio un vuelco.

—¡Sae! —grité, intentando desesperadamente cambiar de tema—. ¡Tengo hambre! ¿Podemos comer ya?

—¡Te dije que podían hacerlo sin mí! —gritó Sae desde lo lejos, su voz llena de fastidio.

La tensión se disipó en el aire.

—Así que… una vida normal… —susurró ella, mirando por la ventana. Su voz sonaba tranquila, pero había algo melancólico escondido detrás de esas palabras.

La vi de reojo.Tal vez, solo tal vez, estábamos jugando demasiado a ser felices.

---

En otro lugar…

Toqué repetidamente las cicatrices en mi rostro.

El ardor era constante, un dolor sordo que no desaparecía. Pero no era solo el dolor físico.Cada toque, cada roce de mis dedos sobre esa piel marcada, despertaba los recuerdos que trataba de enterrar.

—¿Están doliendo otra vez…? —susurré, casi como una plegaria.

El viento soplaba suave, pero yo solo sentía frío.

—Dios… —mi voz tembló, y un amargo escalofrío recorrió mi espalda—. ¿Acaso eres tú dándome una prueba?

Silencio.

Pero sabía la respuesta. Esto no era una prueba. Esto era un castigo.

—O es acaso que… —mi mandíbula se tensó, y mis dedos se detuvieron sobre la cicatriz más profunda, aquella que me recordaba mi derrota—. Nanatori…

Sí.

Su nombre escapó de mis labios, casi como un susurro lleno de veneno. Solo ella. Solo ella había logrado hacerme caer, derribarme de la forma más humillante. No fallé… no. Algo se interpuso en mi camino.

Ella.

Sus ojos. Esos ojos que brillaban de determinación y miedo al mismo tiempo… Esa mirada… que me recordó lo que alguna vez fui. Algo humano. Algo… débil.

—No. —Mis dientes rechinaron. No otra vez.

Y por otro lado…

—Dyr…

Su nombre era como un veneno diferente. Uno que hervía en mi sangre y corroía mi cordura.

—Te niegas a aceptar mi trato pacífico… —mis labios temblaron, pero no de miedo. De rabia. Una rabia fría, silenciosa… letal—. Bien.

Si la paz no es suficiente para ti…

—Entonces… —una sonrisa se dibujó en mi rostro, pero no había nada humano en ella—. Supongo que prefieres que yo mismo… te arranque la carne del inmortal.

Mi mente ardía. Cada pensamiento era un grito, un eco interminable de odio y venganza.

Te encontraré.

—Y ni siquiera Nanatori podrá salvarte.

Mis ojos se clavaron en el cielo.

La luna… oculta. La noche era más oscura que nunca. Perfecta.

—Si la luz no puede guiarme… —susurré, sintiendo cómo la oscuridad me envolvía—. Entonces me convertiré en la sombra.

Porque esta vez…

—No habrá redención.

No para ellos.

No para mí.

Solo sangre.

More Chapters