El viaje continuó siendo lento tras la llegada de Ansbach, quizás incluso más que antes, aunque no por culpa suya. Es cierto que su estado actual era comparable al de un anciano común, para quien un trayecto así habría sido agotador, por lo cual estaba agradecido de que Leda y Miquella mantuvieran un ritmo pausado. Aun así, con el paso de los días, Ansbach comenzó a recuperar parte de su poder. Estaba lejos de su mejor forma, pero pronto fue capaz de seguir el camino sin mayores dificultades.
La verdadera razón de la lentitud no fue él, sino los continuos desvíos que tomaron. No es que se perdieran, sino que Miquella tenía otro objetivo antes de llegar a su destino: reunir a sus antiguos seguidores. Para ello, necesitaba poder.
Miquella había descubierto que podía absorber energía de diversas fuentes. La vitalidad de otros seres era la forma más sencilla de obtener grandes cantidades, pero también podía extraer lentamente energía del aire, de la tierra, del mundo mismo… incluso de la luz solar. Además, cada tipo de energía influía en la eficiencia de sus hechizos y acciones: algunas le resultaban más útiles que otras, su eficiencia variaba.
Cuando acumulaba suficiente energía, utilizaba el poder de su anillo con creciente destreza para invocar a quienes una vez caminaron a su lado. Así, poco a poco, comenzaron a aparecer sus viejos seguidores.
Hornsent. Redmane Freya. Moore. Dryleaf Dane. Thiollier…
No llegaron todos al mismo tiempo, pero cada uno experimentó lo mismo: aparecer en un lugar desconocido, recordar su muerte, asombrarse al ver a Miquella, escuchar sus palabras, entender lo ocurrido… y recibir una nueva oportunidad para seguirle.
La reacción no fue idéntica en todos, pero el resultado sí: aunque el encanto de Miquella ya no los envolvía, muchos le ofrecieron lealtad sin dudar —quizá por razones cuestionables, pero sinceras a su manera.
Las dinámicas dentro del grupo eran extrañas. Nadie estaba ya bajo el hechizo de Miquella, pero todos compartían su destino en este mundo desconocido. Aun así, él no dudaba de su lealtad… incluso si algunos lo habían traicionado en el pasado.
Thiollier, tras cierta noche, comenzó a mostrarse más devoto que nunca. Dryleaf Dane también juró lealtad sin titubear. Moore, con su actitud tranquila, aceptó sin reparos seguir sirviendo a su señor.
Freya, aunque mantenía su devoción, no recibió bien las opiniones de Miquella sobre Radahn ni su deseo de no volver a mencionarlo. Aun así, recordando que le había salvado la vida, decidió mantener su juramento… al menos por ahora.
Hornsent ofreció nuevamente su lealtad sin dudar. Ya no tenía enemigos que cazar, pero sabiendo que había sido resucitado por el poder de Miquella, prometió servirle para siempre… si a cambio podía traer de vuelta a su esposa e hija.
Al final, en este extraño mundo, todos decidieron seguirle, al menos por el momento. Con sus fieles junto a él, Miquella se sintió seguro para retomar su camino. No obstante, se tomó el tiempo necesario para otorgarles el idioma nativo y explicarles lo esencial del nuevo mundo. Esto retrasó aún más la marcha hacia el este.
Todos se reunieron bajo el estandarte de Miquella, aunque ninguno esperaba ver a su antiguo señor en su estado actual. Tuvieron la misma reacción que Leda y Ansbach: notaron el cambio. Serio y sereno por momentos, infantil y cercano en otros, Miquella se dirigía a ellos no solo como un líder, sino como un amigo… sin perder del todo su aura de majestuosidad.
En el camino hubo enfrentamientos con bestias y bandidos que, por desgracia para ellos, se toparon con el grupo. Estos encuentros sirvieron como entrenamiento: todos debían adaptarse a sus nuevas limitaciones. Ninguno —excepto Leda— estaba en su máximo esplendor, y recuperar su antigua fuerza llevaría tiempo. Para cualquiera que tuviera pensamientos traicioneros, la presencia de Leda, quien ahora era la más poderosa, servía como clara advertencia.
...
Fue un viaje peculiar, especialmente para aquellos que tuvieron la fortuna —o la desgracia— de cruzarse con el grupo de Miquella. Su compañía era tan diversa, tan fuera de lugar, que provocaba asombro, miedo o simple desconcierto en cada encuentro. Pero fueron precisamente esos encuentros, tanto buenos como malos, los que ayudaron a los seguidores de Miquella a adaptarse mejor a este nuevo mundo.
Con el tiempo, la calidad del viaje también mejoró. Moore retomó su antiguo rol como comerciante del grupo, intercambiando objetos obtenidos en el camino por provisiones o comodidades con los mercaderes ambulantes. Gracias a ello, el viaje se volvió más cómodo.
Miquella, para su descontento, ya no viajaba aferrado a la espalda de Leda. Ahora iba sentado en una pequeña carreta, rodeado de provisiones. Leda tampoco se mostró especialmente contenta con el cambio, aunque no lo admitiera. Sin embargo, nadie podía negar los beneficios: menos peso para ella, más comodidad para él.
Ya no podía disfrutar del cabello de Leda ni de lo tensa que se ponía al sentir su aliento tan cerca. Pero en la carreta tenía espacio para trabajar en sus cosas, para pensar, para perderse en su propio mundo.
Era, después de todo, el más despreocupado del grupo. Aun con su sello para lanzar encantamientos, Miquella solo podía invocar unos pocos conjuros menores antes de quedarse pálido y con las piernas temblorosas. La mayor parte de los combates eran resueltos por sus seguidores. Él, mientras tanto, se dedicaba a estudiar, tratando de encontrar respuestas a las preguntas que le rondaban la mente.
No se consideraba un gran conocedor del mundo de Arda, pero muchas cosas aquí parecían más cercanas a su mundo natal. Algunos animales, criaturas no muertas recientes, cuerpos perdidos en el camino... Algo no encajaba. Sospechaba que no había sido el único en llegar, que los dos mundos estaban conectados, o tal vez que su mera presencia estaba corrompiendo la fauna y energía de esta tierra. Pero no tenía pruebas. Era frustrante. Así que lo dejó por ahora, y se dedicó simplemente a contemplar el paisaje.
Era un camino tranquilo, hermoso, y con sus seguidores junto a él, Miquella se sentía seguro. Nadie hablaba. El ambiente era serio, pero no tenso.
Perdido en sus pensamientos, miraba al horizonte... hasta que comenzó a tararear. Fue un sonido leve al principio, casi confundido entre los pasos y el rodar de la carreta, pero poco a poco fue tomando forma, hasta que su voz infantil comenzó a cantar:
"When the night shapes secret dreamsThat I cannot changeWhen the moon weaves tender silk to veil the dayThen I know you'll make the magic feel so aliveWhen the stars send gentle words I wish I could sayThen I hear your heart a thousand miles awayYou are always in my dreams, my reason to liveYou are always in all my dreams, my reason to give..."
Era un canto suave, melancólico, pero tan dulce que uno a uno sus seguidores se giraron a mirarlo. La letra era extraña, de un mundo que no era el suyo, pero su voz tenía algo hipnótico. No poderosa ni imponente… sino cálida, frágil, casi celestial.
"You are my pearl in a world of dirtI will be yours foreverYou are my flame, my heat, my sparkLike a fire in a world so darkYou are my pearl in a world of dirtThis love cannot be measuredYou're my escape from a world of hurtMy delight in a world absurdYou're my pearl in a world of dirt..."
La canción era originalmente un dueto, y sin acompañamiento musical no brillaba como debía. Aun así, la ternura de su voz, esa cadencia que no había tenido en vida, mantenía a todos cautivos. Cuando terminó, Miquella notó todas las miradas puestas en él. Les devolvió una sonrisa ligera, casi tímida.
Le resultó curioso lo fácil que le fue cantar esa canción en el idioma común. Algunas rimas le costaron, pero logró que sonara bastante bien. Le gustaba su voz aquí, mucho más que en su vida pasada. Miquella siempre tuvo un tono angelical, pero eran esas canciones de la Tierra las que alimentaban su espíritu.
Sus seguidores también quedaron pensativos. Aquella letra, entonada por su señor, les hacía preguntarse si tenía un significado oculto. Sin una palabra más, el grupo continuó su marcha, el eco de la melodía aún flotando entre ellos. Desde entonces, Miquella cantaba de vez en cuando, una o dos canciones de aquel mundo olvidado, y con ello les ofrecía un pequeño consuelo: un alivio espiritual en medio de una travesía incierta.
...
Aunque tomaron numerosos desvíos, eventualmente lograron retomar su camino original. Tras un tiempo de vivir como auténticos viajeros, el grupo de Miquella había llegado a las marismas de Midgewater: un lugar húmedo en exceso, infestado de moscas y desagradable para cualquiera.
Ni siquiera habían entrado del todo cuando las moscas ya se convirtieron en una molestia insoportable para Miquella, quien agitaba las manos en el aire desde la carreta en una escena tan ridícula que habría hecho reír a cualquiera… salvo a sus seguidores, que no mostraron ni una pizca de burla.
Al internarse, sus compañeros lo cubrieron con una tela para protegerlo de los insectos y permitirle viajar más cómodo. Así continuaron su marcha, pero no llegaron muy lejos.
"Hay algo aquí" advirtió Hornsent, con la voz baja y tensa.
"Alto" ordenó Leda, alzando una mano mientras sus sentidos se afilaban como los del resto.
En un solo movimiento, todos desenvainaron sus armas y rodearon la carreta de Miquella. Todos excepto Dane, que combatía con puños y pies, en especial ahora que había perdido la energía necesaria para ejecutar su magia.
El grupo se quedó en silencio. Incluso Miquella se agachó dentro de la carreta, asomando apenas para observar.
No se oía más que el zumbido de las moscas y el murmullo de las aguas estancadas, hasta que, súbitamente, un potente chorro de agua se disparó hacia ellos desde una dirección indeterminada.
Con reflejos agudos, todos se lanzaron a un lado. Moore tiró de las riendas, arrastrando la carreta de Miquella fuera de la zona de impacto justo a tiempo.
"¡Crayfish!" gritó Leda, señalando una "montaña" que emergía del agua… y que no era una montaña en absoluto.
Un crustáceo colosal, grisáceo, cubierto de musgo y barro, surgió de las profundidades. Sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre el grupo como si no le importara el riesgo de enfrentarse a guerreros de su calibre.
"¡Hornsent! ¡Ansbach! ¡Freya!"bramó Leda mientras corría hacia la criatura con la espada en mano.
Rodó por el lodo para esquivar una nube de burbujas que el monstruo escupió en su dirección, y gracias a su audaz distracción, Ansbach logró saltar sobre la criatura y hundir su guadaña en su rostro. Freya llegó a continuación, estrellando su escudo contra el costado del crustáceo para impedir que atacara a Leda.
El monstruo giró con fuerza, golpeando con sus pinzas y su pesado cuerpo a quienes lo acorralaban, intentando librarse de Ansbach sin éxito: la guadaña ya estaba firmemente enganchada en su caparazón.
Pese a no tener la misma fuerza que antes, la coordinación del grupo era impecable. Su instinto de combate y la experiencia que cargaban los mantenía letales.
Leda y Freya atacaban por el frente, resistiendo a duras penas la presión de las tenazas. Mientras tanto, Hornsent aprovechaba la distracción para clavar sus espadas en el vientre y los costados de la bestia, desgarrando su carne.
Miquella observaba desde su carreta, rodeado por Thiollier, Dane y Moore, quienes se mantenían atentos… hasta que más criaturas comenzaron a emerger de las aguas.
No eran tan grandes como la primera, pero su número era alto. También eran Crayfish, aunque más pequeños —el más grande de ellos apenas alcanzaba la mitad del tamaño del crustáceo gigante—, mientras que el resto eran del tamaño de perros medianos.
Los tres protectores rodearon la carreta de Miquella y comenzaron a combatir a cualquier crustáceo que se acercara.
Miquella observó cómo eran rodeados. Sabía que sus hombres podían encargarse de esas criaturas, pero aun así quiso ayudar. Con decisión, tomó una espada de entre las cosas apiladas en la carreta. Durante el viaje, había seguido practicando el traer objetos de su mundo natal. Aunque deseaba poder invocar personas que lo asistieran, no era el momento. No tenía el poder para traer a quienes realmente anhelaba, y además, no convenía hacer crecer su grupo hasta asentarse adecuadamente.
Sostuvo la espada con ambas manos e intentó alzarla, pero pronto se dio cuenta de que no era tan fácil como parecía al ver a sus seguidores blandir enormes armas con soltura. Con esfuerzo, logró levantarla, pero el impulso fue tal, y su cuerpo tan débil, que al momento siguiente la espada descendió de golpe, arrastrándolo con ella en una caída torpe.
Era inútil. No tenía la fuerza para blandir nada más pesado que una daga, y tampoco la práctica necesaria para usarla con eficacia. Así que, con pesar, hizo lo que debió haber hecho desde el principio, aunque le costara aceptarlo.
Tomó un báculo de hechicería y una piedra brillante entre sus pertenencias. Apuntó hacia los crustáceos, lejos de donde peleaban sus compañeros. El báculo era simple, uno de los más comunes y débiles, pero aún funcional. La piedra, una glintstone, le permitía conjurar sin consumir demasiado de su propia energía. Durante el viaje había aprendido que esas gemas podían actuar como combustibles sustitutos para ciertos hechizos.
"¡Atrás!" ordenó a Moore, que se acercaba con intención de protegerlo.
Moore, al ver lo que su amo sostenía, se apartó con cautela, aunque se mantuvo listo para saltar en su defensa si fallaba.
Entonces Miquella, apuntando su báculo, gritó con fuerza, aunque no fuera necesario:
"¡CRYSTAL BARRAGE!"
Miquella suspiró con alivio. Aceptarlo dolía, pero la magia parecía ser su única opción en combate por ahora. Le habría gustado blandir una espada como los demás, pero era incapaz… al menos por el momento. Y sí, había gritado el nombre del hechizo como si estuviera en un juego de rol, aunque no fuera necesario… pero cualquier humano terrestre atrapado en el cuerpo de un niño semidivino udiendo hacer magia habría hecho lo mismo.
La lucha no se prolongó mucho más. El gigantesco Crayfish cayó bajo el peso de los ataques combinados y los demás, más pequeños, huyeron. No valía la pena perseguirlos.
Con el peligro pasado, el grupo se reorganizó. Miquella se tomó un momento para absorber la energía de los cadáveres, lo que le otorgó algo más de poder… y una certeza inquietante: había cosas que no debían existir en Arda.
Tras aquella batalla, cruzar las marismas fue sencillo. Sin más obstáculos, el grupo volvió a pisar tierra firme. Habían llegado a la civilización una vez más: el pueblo de Bree.
Una oleada de emoción los recorrió. Después de tantos días vagando, ver un pueblo como ese fue un alivio. Acostumbrados a su mundo natal, Bree les resultaba al mismo tiempo familiar y ajeno. Turbulento, sí, pero vivo. Su ambiente evocaba una paz perdida, un eco de los días previos a la guerra de los dioses.
Miquella les había hablado muchas veces de este mundo, pero solo ahora, al verlo con sus propios ojos, sus compañeros comenzaban a comprender algunas de sus palabras. Este era un mundo que, por ahora, no se había consumido por la guerra… ni por dioses exteriores.
Entraron al pueblo atrayendo múltiples miradas, pero no se detuvieron. Planeaban quedarse allí un tiempo, reabastecerse, descansar y preguntar por direcciones. Después, seguirían el camino que su señor les indicara…
Hobbiton los esperaba.
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🔔 Aviso 1
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He visto los comentarios y me surgieron nuevas dudas...
¿Semidioses versión femenina? ¿Si?/¿No?
A algunos puede gustarles, a otros no. Personalmente, no tengo problema con ninguna opción, así que decidiré según lo que ustedes elijan. ¡Estoy abierto a sus opiniones!
Respondan...
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🔔 Aviso 2
Lo siento mucho, chicos...Estoy herido. Tengo hernias bilaterales, y sospecho que podría haber otra más. Me está afectando bastante y necesito ver cuándo podré operarme, considerando todo lo que tengo que hacer antes... y, claro, las demás cargas de la vida.Por eso, planeo dejar la escritura por un tiempo. Escribiré si puedo, pero no puedo prometer nada. Aunque, en particular con este libro, puede que logre mantener un capítulo por semana si tengo suerte. Si no, les pido disculpas de antemano.
Si alguien está apoyando en Patreon, pueden desuscribirse sin problema hasta que esté sano y activo nuevamente. Gracias de verdad por todo el apoyo hasta ahora.
📝 Comentario adicional:Puede que algunos se pregunten:"¿Puede un autor tener tantos problemas médicos?"Y yo les respondería:"Y eso que solo les conté algunos... ni se imaginan."