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Chapter 8 - El misterio de la noche: capitulo 2

La soledad aún reinaba en los jardines del palacio, y con cada paso, los recuerdos se abrían camino a través del silencio. A cada lado del sendero, los setos y rosales seguían su curso con obediencia, delineando caminos que alguna vez guiaron risas y juegos. Los años habían pasado sin alterar la belleza, como si el tiempo, en su infinita indiferencia, hubiera decidido preservar la felicidad que una vez vivió. Entre las sombras del crepúsculo, las estatuas de mármol miraban su andar con ojos vacíos.

Los Winter eran una dinastía de reyes, con raíces tan antiguas como los cimientos del reino. Forjados en la diplomacia y templados en la estrategia, su emblema —el león del invierno— no era solo un símbolo: era una advertencia a sus enemigos. Durante siglos, habían protegido a su pueblo, ganándose no solo la admiración, sino también el respeto y la confianza con cada nuevo sucesor. Su influencia, tejida a través de alianzas y poder, alcanzaba incluso los rincones más alejados del reino.

Al sur, más allá de los valles fértiles y las llanuras de entrenamiento, los Halcones extendían sus dominios como alas sobre la frontera. Conocidos por su fiereza al repeler amenazas exteriores, se alzaban como el escudo del reino. Pero los escudos también pueden golpear.

La historia nunca fue sencilla con ambos líderes. En algunos inviernos fueron aliados, cuando la necesidad pesó más que el orgullo. En otros, enemigos sin cuartel. El conflicto era un ciclo, una vieja canción que ambos bandos sabían de memoria. Cada generación, una nueva historia. Cada alianza, una tregua con una daga oculta entre las manos.

Entre ambos territorios, donde las montañas se alzaban como colmillos y los bosques crecían espesos y antiguos, se extendía el dominio de los Lobos. Ni del norte ni del sur: siempre en medio, siempre observando. Su neutralidad no era debilidad, sino una fuerza silenciosa. Eran cazadores pacientes, que actuaban solo cuando el conflicto amenazaba con devorar el reino entero.

Él recordaba bien las palabras de su madre: "Los Lobos nunca toman partido. Son como estas montañas: inamovibles, y siempre presentes."

Él siguió caminando con paso pesado, hasta detenerse junto a la fuente de piedra, cuya agua estancada ya no cantaba. En su superficie se dibujaba el rostro de un joven rey, aunque Ethan solo reconocía en él los ojos de un huérfano.

Perdido en sus pensamientos, sostenía el relicario con la nueva fotografía que le brindaba esperanza. En medio del silencio, una bengala roja desgarraba la oscuridad como una herida en el cielo: su mensajera pedía audiencia.

—Mi señor, traigo la respuesta de los Halcones. Por favor, permítame acercarme; los guardias reales se niegan a darme el pase.

Arrodillada, con una mano sobre el pecho, le entregó una carta sellada. Con el corazón desbocado, se mordió el labio, sintiendo el sabor metálico de la sangre. Mientras leía el contenido, sus ojos se movían de un lado a otro del papel, como si buscara desesperadamente una salida que no existía. Los Halcones no tenían intención de ceder.

—¿Cómo he llegado a este punto? ¿Cómo he permitido que las cosas se desmoronen así? No puedo permitir que esto destruya a mi gente.

Las lágrimas no pedían permiso; se cristalizaban ante el dolor y la desesperación.

—Mi señor… ¿está seguro de lo que va a hacer? —preguntó Ester. Su voz temblaba, atrapada entre la obediencia y el temor.

Él no respondió. Solo caminaba en círculos cerca de la fuente, como si esperara encontrar una respuesta en el reflejo tembloroso del agua. El frío de la noche. El silencio de Ester. Todo eso lo empujaba hacia una decisión que ya había comenzado a tomar.

Finalmente, se detuvo. Sus ojos, enrojecidos, se alzaron hacia el cielo nocturno.

—No puedo… —tragó saliva—. No puedo permitir que el legado de los Winter se derrumbe por un solo hombre.

Alzó de nuevo la mirada, buscando entre las nubes la tenue figura de su hermana.

—Hermana Luna… —susurró—, ¿qué harías tú en mi lugar?

Ethan necesitaba domar las emociones que martilleaban su pecho y hallar, en medio de la tormenta, una respuesta a su deber.

—Nuestro joven rey es el símbolo de nuestra lealtad. Por usted, estamos dispuestos a morir si es necesario. Solo dé la orden… y responderemos con fuego —dijo Ester, apretando el puño contra el pecho.

Ethan no pudo evitar sonreír entre lágrimas. Al acercarse, le pidió que se levantara.

—Ester… dime… ¿qué debo hacer?

Su voz se quebró, y con ella, sus fuerzas. Sus rodillas flaquearon y, cuando estuvo a punto de desplomarse, Ester lo sostuvo con firmeza, envolviéndolo con sus cálidos brazos.

—Mi señor… —susurró, sintiendo el temblor que recorría su cuerpo.

—Ya no sé qué es real… A veces pienso que todo esto es un mal sueño. Que nunca existió una hermana llamada Liliana. ¿Acaso todo lo que viví con ella fue una ilusión…? —guardó silencio un momento—. Tengo miedo de saber la verdad. Por favor, Ester… ayúdame.

Ella seguía sosteniéndole en silencio. Por un instante, fue como si acunara a un niño perdido, uno que el mundo había obligado a crecer demasiado pronto. El llanto agotó su voz y sus fuerzas, hasta caer dormido bajo su protección.

—¿Liliana ha vuelto…? Esto no me gusta nada.

Al salir de los aposentos de su rey, dejó a dos guardias reales custodiando la entrada. En el pasillo, su andar era firme.

—Reúnan a los miembros del consejo. Nuestro rey está bajo presión, y es nuestro deber aliviar esa carga —ordenó, extendiendo la mano con autoridad.

La noche avanzaba en sus horas más oscuras sobre la capital, como una promesa rota. Liliana, la hermana perdida, había regresado tras años de silencio. Su reaparición había sido tan inesperada como perturbadora, y sus intenciones eran un enigma. Era inteligente, persuasiva, siempre hábil para mover las piezas del tablero sin que nadie notara su mano.

Ester cruzó la ciudad envuelta en su capa, el rostro casi oculto por el ala de la noche. El traqueteo del tranvía la acompañó durante parte del camino, pero fue a pie como alcanzó los últimos callejones empedrados, donde la niebla se colaba como un ladrón entre los faroles. Nadie la siguió, pero el silencio tras sus pasos no era reconfortante. Finalmente, al llegar a su destino, fue recibida con frialdad. Los guardias de Liliana la rodearon como lobos hambrientos.

—¿Quién anda ahí? —gruñó uno de los guardias, dando un paso al frente con la mano en la empuñadura.

La figura no se detuvo.

—¡He dicho que te identifiques!

Ester apartó un extremo de la capa y alzó la voz con firmeza:

—¡Quítense de mi camino, escorias!

Los guardias, con las venas palpitando en la frente, se contuvieron, aunque con evidente esfuerzo.

—Miren nada más… una mensajera de los Winter —murmuró uno, reconociéndola al fin.

Ella apretó los puños, luchando por mantener la compostura. Aunque podía hacerse pasar por una noble con su cabello castaño y ojos azules, carecía del título y del respeto que este traía consigo.

Cuando estuvieron a punto de avanzar sobre ella, sacó el emblema de los Winter. Su superficie brilló como hielo transparente, y en su centro rugía el león albino: símbolo incuestionable del poder real.

—¡Esta será la última vez que se interpongan en mi camino! Si lo hacen de nuevo, los declararé enemigos del reino —dijo con voz tajante.

Los guardias retrocedieron hasta chocar con la pared, temblando como cachorros acorralados. Bajo la sombra de Ester, sentían a la propia muerte caminar entre ellos.

Sin nadie que se interpusiera en su camino, empujó la puerta con fuerza y esta cedió de un solo golpe. El crujido de las bisagras resonó como una queja antigua mientras cruzaba el umbral.

Por fuera, la casa parecía abandonada: muros agrietados, faroles apagados, y un silencio que se pegaba a la piel. Pero por dentro, la oscuridad no ocultaba pobreza, sino opulencia. Ester avanzó por un pasillo alfombrado, donde el eco de sus botas se perdía entre cortinas de terciopelo que se movían con el viento.

Al fondo de la casa, en una sala donde el mármol parecía respirar bajo la luz de la luna, la vio.Liliana estaba de pie junto a la ventana, inmóvil, como si llevara siglos esperándola. Aunque las lámparas de aceite permanecían apagadas, la estancia brillaba con un misterio silencioso.

—Ester. Qué alegría verte —dijo Liliana, con una sonrisa. Sin embargo, sus ojos no reflejaban emoción alguna.

—¡Basta de formalidades!

Al acortar la distancia, el emblema brilló en su pecho como un escudo, dejando en claro que hablaba con la autoridad del rey.

Liliana apenas ladeó la cabeza, como si tratara de entender a una criatura inesperada.

—Vaya… parece que mi hermanito al fin está usando su autoridad. Pero dime, Ester, ¿por qué confía en ti?

Formuló la pregunta mientras se servía con calma una copa en su bar privado.

—No he venido aquí para ser interrogada. He venido a escuchar tus intenciones. Soy la mano derecha de Ethan, su leal guardiana. Y actuaré si alguien amenaza a mi señor.

Liliana sonrió. Dio un sorbo a su copa y se lamió los labios antes de hablar, saboreando tanto el vino como sus propias palabras.

—Mis intenciones, querida Ester, siguen siendo las mismas de siempre: proteger a mi familia y asegurar su futuro.

Claro está que no todos comparten esa noble visión.

Dejó la copa sobre la mesa, como quien remata un buen argumento con elegante precisión.

Ester dio otro paso al frente, mientras sus puños ardían de ira,

—¿Qué le hiciste a mi señor? Hace unos días, estaba lleno de confianza, decidido a tomar sus propias decisiones. Ahora, tu presencia ha mermado su voluntad. Me confesó que ya no sabe si eres una ilusión... o una mentira que él mismo se inventó. Tiene miedo, miedo de descubrir la verdad.

Liliana se quedó inmóvil. Su rostro era una máscara perfecta, incapaz de revelar emoción alguna. Pero en sus ojos brillaba una chispa de traición que decía lo contrario.

—¿De qué estás hablando?

—¿Ahora finges ignorancia? A estas alturas no me engañarás. Sé quién eres, Liliana. Sé de lo que eres capaz… —Ester hizo una pausa, respiró hondo y continuó—. Espero que no estés planeando usurpar el trono.

Liliana se acercó lentamente, hasta que sus respiraciones se sentían como un desafío.

—Cuida tus palabras. No tienes derecho a faltarme el respeto.

—Entonces dime… ¿por qué decidiste volver justo ahora? ¿Acaso esperaste el momento ideal para aprovechar la debilidad de mi señor?

Por un instante, la ira destelló en los ojos de Liliana, pero se desvaneció tan rápido como había aparecido.

—Eso no es verdad —murmuró, con la voz temblorosa e insegura.

Ester percibió la grieta en su fachada y no dudó en presionar más.

—Entonces respóndeme… ¿vas a seguir fingiendo ignorancia sobre el conflicto con el ducado de los Halcones?

Liliana frunció el ceño, visiblemente desconcertada.

—¿Conflicto? ¿Qué clase de conflicto?

Ester sonrió internamente, comprendiendo que había tocado un punto sensible.

—No reconocen a Ethan como nuestro rey. Por eso buscan una forma de derrocarlo, usando los errores de su pasado. Ahora exigen una boda, una unión con los Winter, como condición para cesar los problemas. Están jugando con fuego… y tú apareces justo ahora.

Liliana se volvió hacia la ventana y se cubrió el rostro con una mano, como si intentara contener la furia que ardía bajo su piel.

—Ellos creen que mi hermano no tiene a nadie que lo proteja. Ya verán.

—¿Vas a estar de nuestro lado? —preguntó Ester, con una mezcla de esperanza y cautela.

El silencio de Liliana, junto con la ira que destilaban sus ojos, fue la única respuesta que recibió. Y fue suficiente.

—Estaré presente en la ceremonia de los Fundadores. No se lo digas a nadie. Esa noche, pondré fin a ese problema.

—Espero que así sea.

Ester asintió y dio media vuelta. Cuando su mano ya rozaba el picaporte, la voz de Liliana la detuvo:

—¿Cómo me encontraste?

Ester sonrió, aún de espaldas.

—Sabes muy bien quién me enseñó. Recuerda que la señorita Aurora era la mejor en esto. Para tu hermana, el misterio no existía.

Sin más palabras, ambas se separaron. La ceremonia de los Fundadores se acercaba, y con ella, el eco de un destino que estaba a punto de escribirse.

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