Capítulo 8 Señores de Sistema Goa’uld
—Korr, si estás dispuesto a servir, puedo librarte de los
inconvenientes que tendrá para ti un enfrentamiento con los señores del sistema
—ofreció Ba’al desde un trono goa’uld con su marca detrás. Korr observaba su
imagen en una pantalla mientras estaba en su propio trono en el puente de la
Leviatán.
Ba’al era el goa’uld más razonable que Korr conocía, pero
también era el más traicionero y peligroso. En cuanto lo tuviera en sus manos,
Korr lo enviaría directamente a la bodega de carga.
—Ba’al, ¿cuántas naves pueden reunir las fuerzas de los
señores del sistema para enfrentarme? ¿Diez, veinte? A lo sumo, treinta. Ya
tengo treinta y cinco naves a mi completa disposición —mintió Korr, quien en
realidad tenía más de cien, ya que había capturado la flota de Olokun y sus
señores goa’uld casi intacta, y tenía más de cien ha’tak que ya había
actualizado. Pero Korr no quería alarmar a los señores del sistema e iniciar
una guerra—. Envíen esas naves en mi contra y tendremos una guerra total —amenazó
Korr.
—Una guerra total no te beneficiará. Si las cosas llegan a
ese punto, podemos enviar cientos de naves contra ti —advirtió Ba’al.
—Envíenlas. Creo que el tiempo en que ha caído Olokun no les
ha pasado por alto. Mi superioridad estratégica es abrumadora. Mientras ustedes
envían esa flota y en el tiempo que les tome llegar a mi mundo capital, yo ya
estaré conquistando al menos cinco de sus mundos capitales —replicó Korr. Ba’al
guardó silencio por unos segundos.
—¿Qué estás dispuesto a dar por un puesto en los señores del
sistema? —preguntó Ba’al de forma descarada al ver que sus amenazas no surtían
efecto. Korr sonrió.
Ba’al seguía tuteándolo, lo que era un recordatorio de que él
lo consideraba inferior, pero eso no afectaba su juicio y seguía dispuesto a
negociar.
—Ba’al, creo que tu flota se verá mejor con unos cinco ha’tak
para reforzarlas. En cuanto a los señores del sistema, no creo que acepten nada
menos que una explicación de mi superioridad estratégica, y estoy dispuesto a
complacerlos, pero solo a medias —ofreció Korr. A Ba’al le brillaron los ojos.
—¿Estarías dispuesto a revelar esa información? —preguntó Ba’al
con avaricia en la voz.
—¿Crees que los señores del sistema dejarán de molestarme si
no les digo cómo es que mis naves superan a las suyas? —preguntó Korr. Ba’al
sonrió.
—Hablaré con ellos a tu favor, y en cuanto termine, me
comunicaré contigo —dijo Ba’al, y la pantalla holográfica se cerró.
Korr sonrió porque ya tenía algo preparado para los señores
del sistema: naquadriah, que era el mismo naquadah sometido a un proceso que lo
volvía inestable y radioactivo, pero aumentaba su potencial como fuente de
energía en un nivel abismal.
Por desgracia para los goa’uld, ellos no poseían los
conocimientos para extraer ese potencial, y a lo sumo, obtendrían una pequeña
mejora a un costo enorme, porque Korr no pensaba compartir con ellos ningún
método de uso, ni siquiera una referencia.
Korr dejó ese asunto de lado y dio un breve repaso a los
informes de sus subordinados. Ya había pasado un mes desde la caída de Olokun,
y todos sus siervos ahora eran suyos. Por eso, su territorio se extendía en un
cinco por ciento de la galaxia y tenía más de doscientos millones de humanos y
más de doscientos planetas gobernados por goa’uld menores a su servicio. Ellos
ya habían enviado sus primeros informes sobre la construcción de ciudades, la
activación de minas y todo lo relacionado con la vida civil.
Korr contrastó sus informes con los datos del programa que
los vigilaba, pero como eran nuevos y Korr ya les había mostrado que su
tecnología era insondable, todavía estaban asustados y no se atrevían a tomar
ninguna confianza, por lo que su rendimiento era del cien por ciento.
Korr se encogió de hombros y pasó a los informes militares.
En la batalla con Olokun, este obligó a su primado Jet y a sus jaffas a tomarse
las cosas en serio, al no permitir que ninguna de sus naves fuera capturada
mientras pudo evitarlo, lo que provocó que la batalla se intensificara y
murieran más de doscientos jaffas a su servicio, perdidos en las explosiones
provocadas en las naves donde estaban.
En cuanto a aquellos jaffas cuyos cuerpos se pudieron
encontrar o rastrear en el espacio, que eran más de cinco mil, Korr los había
transportado a la Leviatán e incluso antes de que la batalla terminara, ya
recibían tratamiento médico.
Aun así, las pérdidas de ha’tak de la flota de Olokun lo
dejaron con poco más de cien ha’tak, que dividió en trece flotas de cinco
ha’tak, comandadas por Mot y otros señores medios, y su flota personal,
comandada por su primado jaffa Jet, que tenía treinta y cinco ha’tak y su nave
insignia, que era el ha’tak mejorado que Korr le había regalado.
Los goa’uld no ponían nombres a sus naves, y los jaffas
menos, pues solo eran esclavos y no tenían naves, solo las comandaban. Pero
como la nave de Jet era un regalo y Korr le había puesto un nombre a su nave,
Jet siguió su ejemplo y llamó a la suya el Puño de Korr, lo cual le hacía
sentir algo incómodo.
El número de jaffas había aumentado con la integración de las
fuerzas de Olokun y todos sus señores, sumando más de cinco millones de jaffas,
sin contar a sus familias. Por eso, Korr aumentó el número de sus planetas a
tres. No era prudente dividir a sus jaffas. Korr les dio tres planetas porque
se preparaba para conquistar un tercio de la galaxia y necesitaría espacio
libre para su futuro ejército.
Korr vio que los jaffas no tenían problemas, pues un programa
informático se encargaba de la administración de sus mundos, y ellos solo
tenían como tarea ser soldados, recibiendo tributos de todos los planetas del
imperio. En cuanto a sus generales goa’uld, estos supervisaban el entrenamiento
de las tropas en batallas espaciales, porque eran los que más tenían
experiencia en esto. Korr no había conseguido nada que se ajustara al espacio
en la tierra, y solo pudo crear simuladores de realidad virtual.
—Emperador, aquí 05 desde la base lunar astillero, todo está
listo. ¿Quiere presionar el botón de inicio? —preguntó 05 en su mente.
Korr sonrió y hizo que la Leviatán se acercara a la órbita de
una de las dos lunas de su planeta capital. Luego se transportó al lado de 05,
que estaba en el centro de la luna, en una sala de observación manejada por
replicadores insectoides que daban los últimos retoques a la sala de control
antes de desaparecer del lugar y ocultarse en caso de que los asgard quisieran
vigilar su territorio.
Korr miró a través de la pantalla de la sala de control, que
dejaba ver un inmenso complejo mecanizado, que era un astillero automatizado
para la fabricación de naves ha'tak, al'kesh y planeadores de la muerte, todos
con las actualizaciones que él ya había agregado a sus naves capturadas usando
a los replicadores.
Este astillero de ha’tak tenía dos propósitos: uno era surtir
a su flota y darle una verdadera capacidad militar a su ejército, y el otro era
mostrarle a los asgard de dónde venían sus naves y la tecnología que usaban
para su construcción, ya que en esta luna solo había tecnología goa’uld en su
máxima expresión.
A esta luna llegarían los recursos mineros enviados por sus
gobernadores goa’uld, los cuales se usarían para la producción de armas y
naves. La segunda luna también era parte de este complejo, pero se usaba para
producir el naquadriah, que era el combustible usado por las ha’tak, y como era
radioactivo, no podía mezclarse con este astillero.
Korr enlazó su mente con la computadora del lugar y puso en
marcha la producción. La bionave podía hacer lo mismo que este astillero, pero
estaba adaptada para producir bionaves, que eran su arma más avanzada, y no
podía desperdiciar sus astilleros construyendo ha’tak, que eran naves de una
categoría inferior. No por su potencia, ya que esta podía ser alterada
reemplazando la fuente de energía, sino por su propia composición.
Dos naves con las mismas especificaciones, pero una siendo
una bionave y la otra siendo una construcción de metal, mostrarían diferentes
resultados, siendo la bionave diez veces superior en poder y potencia. Por eso,
los ha’tak no eran la mejor opción si se hablaba de poder y potencia. Solo eran
un agregado para su flota.
—¿Capacidad de producción? —preguntó Korr.
—Un ha’tak completamente equipado cada tres días, dependiendo
de la disponibilidad de materiales —respondió 05 mientras arreglaba su largo
cabello dorado.
Producir una bionave tardaba un mes, pero estas incluían toda
la tecnología que poseían hasta ahora. Producir una nave metálica con todas
esas mejoras tardaría al menos tres meses. La construcción de las bionaves
podía acelerarse gracias a los bionanitos y su capacidad celular, que les daba
una moldeabilidad y crecimiento que era imposible obtener del metal.
—120 ha’tak al año. No es un gran añadido, pero es más de lo
que cualquier goa’uld puede lograr. Dudo que todos los señores del sistema
puedan hacer algo así, porque emplean mano de obra esclava sin tecnología de
construcción avanzada, y esto retrasa la producción —dijo Korr satisfecho.
Él no crearía más astilleros porque no los necesitaba y
prefería ahorrar recursos y extraer lo menos posible de sus planetas poblados,
ya que tenía a sus replicadores en sus verdaderas minas de producción, ocultas
en planetas con atmósferas tóxicas, bien protegidos de los sensores asgard.
En cuanto a los demás señores del sistema, no le preocupaban.
Ellos, como máximo, sacarían de tres a seis ha’tak al año. Como ejemplo estaba
Apophis, quien desde que se enteró de la muerte de Ra y puso todos sus recursos
en ello, solo había sacado dos ha’tak, que Korr le había regalado a la Tierra y
luego lo había arrojado al olvido. Aunque no era una gran desmejora para él,
porque Apophis era una desgracia de goa’uld.
Apophis era uno de los señores del sistema más antiguos y,
junto a Herur-ur, uno de los preferidos de Ra porque siempre andaba lamiendo
sus pies. Pero, a diferencia de Herur-ur, quien obtuvo una gran flota y
territorios después de la caída de Ra, Apophis no había sacado más que un par
de astilleros y no se robó ni un miserable ha’tak. Además, los señores goa’uld
que le servían eran desleales y, en cuanto olieran su sangre, irían por él.
Korr solo podía usarlo como carne de cañón para mejorar sus relaciones con la
Tierra, por lo que lo apartó de su mente y miró su hermoso astillero.
—¡Buen trabajo! —felicitó Korr.
—Gracias, Emperador —dijo 05, y luego lo miró pensativa—.
Emperador, he leído el informe de 00 y 03. Si quiere proteger la Tierra, ¿por
qué no darles toda la tecnología que necesitan? —preguntó 05.
—La situación política de la Tierra es complicada, y
otorgarles demasiado poder de repente podría hacerles pensar solo en sí mismos
y olvidarse del peligro que sufren otros en la galaxia.
»Si estuviéramos tratando con una sola persona, sería
diferente, pero aquí hablamos de miles de millones de personas, pensando en sus
propios intereses. No quiero que se sienten a rascarse las bolas y me dejen
todo el trabajo a mí. Si quieren obtener beneficios, tendrán que trabajar duro
por ellos —explicó Korr.
Korr también tenía un plan para que los Estados Unidos se
sintieran presionados, tomando el control de todo el continente africano, que
era un caos de guerras y conflictos sociales, parecido al desastre del Imperio goa’uld,
donde las atrocidades cometidas por sus líderes no dejaban atrás las cometidas
por los goa’uld.
Korr ya había enviado a 04 a estudiar la situación y trazar
el mejor curso para la intervención. Como los líderes implicados eran pura
basura, y los que no se limitaban a mirar, a Korr no lo atormentaría su
conciencia si les lobotomizara el cerebro a todos.
En cuanto a Asia y Latinoamérica, la situación no era tan
grave, y una vez que los Estados Unidos y todo el continente africano empezaran
a desarrollarse a la velocidad del rayo, todos ellos sentirían la presión. Si
no avanzaban, quedarían en el olvido. Korr no pensaba limpiarle las babas a
nadie, solo se aseguraría de que tuvieran su oportunidad. Si sus líderes la
desperdiciaban, no era su asunto.
—Con esas naves y las mejoras que hicimos en ellas, el país
conocido como Estados Unidos puede subyugar a los demás sin ninguna dificultad.
¿No perjudicaría eso sus planes? —preguntó 05, interrumpiendo sus pensamientos.
—A los Estados Unidos les importa su reputación, no para
otros países, sino para alabar su propio ego. Les encanta decir que son los
buenos y una tierra de libertad. Es la propaganda que los ha hecho parecer más
de lo que son, y se aferran a ella con uñas y dientes. No iniciarán una
conquista mundial, si llegan a usar la tecnología que les hemos dado, será para
hacerse más propaganda favorable a sí mismos.
»Además, planeo darles algunos juguetes con los que puedan
presumir ante el resto del mundo y llamar la atención, como tanto les gusta
hacer. De paso, pueden dejar de depender de algunos recursos estratégicos, que
es lo que los ha obligado a aceptar algunos tratos sucios por todo el mundo, y
a desarrollar organizaciones secretas en contra de otros países. En realidad,
son gente indiferente, si se evalúan sus acciones con objetividad —explicó
Korr, y 05 asintió.
Korr pensó que él también estaba obteniendo mucho de la
Tierra, pues ya había obtenido la tecnología Tollan de cambio de fase y la
tecnología de los androides del androide Harlan, que creó robots del SG1.
La tecnología de androides estaba miles de años por detrás de
los replicadores y, en comparación, no valía la pena. Pero nada más alejado de
la realidad, porque dentro de esta tecnología aparentemente atrasada para altos
estándares como la tecnología replicadora o la de los Asgard, se encontraba
algo que ni siquiera los Asgard tenían, y eso era la capacidad de copiar la
memoria de una persona.
Los Asgard podían hacer esto, pero era mediante una sonda
mental, y el proceso era defectuoso, ya que tenía problemas para copiar la
memoria en un dispositivo aparte de un cuerpo similar. Pero la tecnología de
androides sí podía, ya que pasó los recuerdos completos del SG1 al cuerpo de
una máquina, es decir, a los androides, y este era funcional al cien por ciento
sin ningún error, lo que significaba que con algo de estudio, él podría incluso
copiar su propia memoria en caso de que alguien quisiera trastear con su mente,
lo que era uno de sus puntos débiles actuales.
…
Dos días después, Ba’al volvió a contactarlo. Korr se movió
de su palacio al puente de la Leviatán para tomar su llamada, ya que esperaba
que los señores del sistema quisieran hablar con él sobre asuntos privados para
los goa’uld.
En efecto, al sentarse en su trono, llevando su indumentaria
de dios, una gran pantalla se desplegó frente a Korr, dividiéndose en doce
partes, una por cada señor del sistema. Actualmente eran catorce de ellos, pero
Apophis acababa de caer en desgracia y Olokun estaba en sus garras, por lo que
solo estaban presentes doce señores del sistema.
Yu estaba en el centro de la pantalla, ya que era el más
viejo y respetado de ellos. Yu llevaba una indumentaria asiática antigua y
tenía un anfitrión de mediana edad y rasgos asiáticos. La indumentaria parecía
vieja y no le gustaba a Korr. El estilo era genial, pero le faltaba mucha
presencia.
Ba’al estaba al lado de Morrigan, una reina goa’uld cuyo
anfitrión era una mujer pelirroja que no estaba mal. Ella era igual de
traicionera que Ba’al. Les seguían Heru-ur y Camulus, uno con indumentaria
egipcia y otro griega. El resto eran Amaterasu, Bastet, Ares, Cronos, Moloc,
Kali y Nirrti.
Todos los señores del sistema estaban en sus tronos y no
había jaffa alrededor, lo que indicaba que se preparaban para negociar
tecnología. Eso era una buena señal, porque indicaba que estaban dispuestos a
negociar su entrada en el grupo.
—¿Dónde está Olokun? —exigió Yu con autoridad, después de
mirarlo de arriba abajo con superioridad.
—Él es mi invitado —dijo Korr con despreocupación. Yu lo miró
con un poco menos de superioridad y asintió.
Entre los goa’uld no se acostumbraba a matar a sus rivales,
ya que la máxima gloria era obligarlos a servir. Era de cobardes matar al
adversario… bueno, matarlos y dejarlos muertos. La costumbre era capturar al
enemigo y luego invitarlo a una sala “VIP”, donde serían “convencidos” para
servir.
—Korr, este consejo reconoce tu victoria contra Olokun —dijo Ba’al,
tomando la palabra después de Yu, quien no parecía interesado en nada más que
en verificar si se habían cumplido las tradiciones goa’uld en su guerra contra
Olokun.
—No de forma unánime —intervino Cronos, cuyo anfitrión era un
hombre de mediana edad con rostro cuadrado y cabellos blancos. Su apariencia
era descuidada y su porte dejaba mucho que desear. Este era el enemigo jurado
de Teal’c y de la To’kra, pues, según los recuerdos de Korr, fue quien selló a
Egeria.
—Apenas eres una larva salida de la bolsa —agregó Amaterasu,
cuyo anfitrión era una mujer de rasgos asiáticos y figura aceptable.
—Eres demasiado arrogante —dijo Nirrti, cuyo anfitrión era
una mujer de figura esbelta. Ella era una científica fracasada que intentaba
obtener mejores anfitriones, pero en miles de años, no había tenido ningún
éxito.
—Ba’al ha mencionado que tienes nueva tecnología y una nave
insignia que no pudiste haber construido tú mismo. ¿De dónde la obtuviste?
—gruñó Moloc.
—¡Esa nave perteneció a mi padre! ¡Te has robado uno de sus
astilleros! —reprendió Heru-ur con ira.
Korr solo pudo parpadear ante su acusación, pero luego pensó
que eso era lógico.
Korr había desaparecido durante dos meses justo en la fecha
en que se supo de la muerte de Ra. Después, se presentó con una nave como nunca
se había visto y algunas ha’tak. La explicación más lógica era que se hubiese
enterado antes que los demás de la muerte de Ra y aprovechado alguna ventaja
para tomar posesión de esta nueva nave que, de seguro, Ra había construido.
—Me parece que quien se quedó con la mayor cantidad de cosas
que pertenecían a Ra fuiste tú, Heru-ur —dijo Korr con tranquilidad, porque a
él le convenía esta idea y que estos tipos no se hicieran más preguntas sobre
el origen de la Leviatán.
—Esa nave me pertenece, y también el astillero donde fue
creada —reprendió Heru-ur, aporreando el reposabrazos de su trono con
indignación ante su confesión.
—Ven por ella entonces —dijo Korr con despreocupación.
Heru-ur tenía una de las mayores flotas personales en la
actualidad, porque era el preferido de Ra o el más cercano, y se quedó con gran
cantidad de territorios, astilleros y planetas productivos. Pero para Korr no
era nada, y Ba’al ya debió comunicarles el número de su flota personal, por lo
que el mismo Heru-ur solo podía chillar con indignación.
Heru-ur iba a hablar, pero Yu gruñó y el enfadado goa’uld se
tragó su ira. Todos ellos se habían robado las posesiones de Ra. Lo que le
dolía a Heru-ur era que Korr, supuestamente, obtuvo un botín de nivel
emperador, siendo apenas una larva de cinco años de vida. Korr ya no era una
larva, sino una masa informe de millones de toneladas de peso, pero Heru-ur no
sabía eso.
—Korr, si entregas los planos de esa nave, consideraremos
aceptarte entre los señores del sistema, a pesar de que has ido en contra de tu
señor —ofreció Morrigan con una sonrisa. Ella era igual de descarada que Ba’al.
Korr bufó.
—Olokun no era mi señor, mi señor era Ra, y tras su muerte,
tengo derecho a quedarme con todo lo que pueda tomar de él. En cuanto a Olokun,
me pidió servirle y nunca acepté. Yo le he pedido servirme y hasta ahora no ha
aceptado, pero lo hará más temprano que tarde, y entonces todos sus dominios me
serán heredados. Si alguno de ustedes está en desacuerdo con nuestra
negociación en este asunto, puede hablar ahora —amenazó Korr.
—Pequeña larva, ten más respeto… —Yu gruñó, interrumpiendo la
ira de Cronos con un golpe en el reposabrazos de su trono.
—Él está en lo correcto —sentenció Yu, y aquellos que querían
hablar apretaron los dientes.
—Por supuesto, a pesar de ser joven, Korr ha demostrado ser
capaz, y todos somos conscientes de su actual poderío, pero la situación en su
territorio es inestable, ahora que no hay un señor en este dominio —dijo
Morrigan.
—Ya hay suficiente caos con la desaparición de Ra,
necesitamos estabilidad —aportó Ba’al.
—Quizás si hacemos a Korr parte de los señores del sistema,
su discusión actual con Olokun se agilice —dijo Camulus como si estuviera
pensando en ello.
—Es posible, pero él debe demostrar que se preocupa por esta
estabilidad y nuestra superioridad en la galaxia —aportó Ares. Heru-ur y Cronos
apretaron los dientes, por lo que Korr supo que eran sus mayores opositores,
mientras veía cómo los demás señores reflexionaban ante la petición de un
soborno.
—Por supuesto, me preocupa la superioridad goa’uld en esta
galaxia, por lo que si me hacen el favor de resolver mi situación legal actual
y reconocen mi derecho sobre los territorios de Olokun, compartiré con ustedes
el secreto detrás de las capacidades superiores de mis ha’tak, y que es la
fuente de energía de mi actual nave insignia —ofreció Korr, ganándose la
atención de todos.
Estos tipos, a pesar de su apariencia, eran los goa’uld que
amasaban el mayor conocimiento, y ya hacían cálculos en su cabeza.
—¿Solo una fuente de energía? —preguntó Cronos con sospechas.
Como Korr estaba dispuesto a compartir, su hostilidad había
disminuido. Korr sonrió y les transmitió algunos datos. En los datos no se
mencionaba nada, solo la diferencia de potencial y energía generada entre el
naquadah y su versión mejorada pero también inestable, el naquadriah. Korr ni
siquiera mencionaba el nombre o las propiedades de este nuevo material, solo
envió los resultados, que indicaban un aumento de potencia de cien veces con
cantidades diez veces menores.
—Con lo que les ofrezco, este material y la forma de crearlo,
ustedes mismos pueden hacer las pruebas si no están convencidos. Lo que no voy
a darles es la investigación sobre cómo usarlo, eso dependerá de ustedes —dijo
Korr con una sonrisa maligna, por lo que todos supieron que esto no sería un
simple cambio de combustible para sus naves.
Cronos y Heru-ur volvieron a apretar los dientes al ver que
su regalo estaba algo podrido, pero la mayoría asintió porque eran goa’uld y
aunque tuvieran la soga al cuello, ninguno de ellos daría nada gratis.
—Esto es aceptable —dijo Ba’al. Morrigan se alineó detrás y
los demás, aunque tardaron, ya sabían que no obtendrían nada más de él.
La flota personal actual de Korr era la más numerosa entre
ellos y también la más rápida. Si le declaraban fuera del sistema goa’uld,
sería la ruina para varios de ellos. Por otro lado, Korr no tenía rencor o
enemistad con ninguno de ellos. El último en asentir fue Yu, que esperó el consentimiento
de todos.
—Korr, tu nombre será grabado como uno de los Señores del
Sistema —sentenció Yu. Korr asintió y no les hizo esperar, pasándoles su pago,
que era toda la información sobre cómo crear naquadriah.
Al recibir la información, Cronos y Heru-ur le miraron con
desprecio y se retiraron. Los demás le asintieron antes de cortar la
comunicación, hasta que solo quedó Ba’al.
—¿Cuántos ha’tak más va a costarme el apoyo de Morrigan, Ares
y Camulus? —preguntó Korr, que ya había enviado los cinco ha’tak sin modificar
de Ba’al con 02. Ba’al sonrió.
—Un ha’tak para Camulus, uno para Ares y tres para Morrigan.
Además, he prometido arreglar al menos una pequeña ventaja en la investigación
de la nueva fuente de energía —dijo Ba’al. Korr hizo una mueca, este tipo era
prácticamente un mafioso; con estas peticiones, había cuadriplicado su oferta
inicial.
Korr tampoco pasó por alto que era imposible que Ba’al hubiera
negociado por la investigación de la fuente de energía, porque él no sabía que
era inestable y necesitaba investigación para usarla.
—Ba’al, te daré cuatro ha’tak para Ares y Camulus, cuatro más
para Morrigan y algo de naquadah para ti, pero no esperes ni una pizca de
información sobre el Naquadriah de mí —dijo Korr, que contaba con que los goa’uld
se pasaran años investigando el naquadriah.
—Eso es aceptable —dijo Ba’al con una sonrisa.
—Si Ares, Camulus y Morrigan me preguntan por mis regalos
para ellos, les diré que los reclamen de ti —dijo Korr, y Ba’al dejó de
sonreír. Luego lo miró con frialdad y cortó la comunicación.
Korr ya le había dado cinco ha’tak al tipo ambicioso y no
dejaría que se quedara con ninguna más.
…
Al terminar su conversación, Korr se transportó a su trono en
el palacio de la superficie del planeta, rodeado de unos cincuenta de sus
nuevos sirvientes. Todos ellos llevaban ropa al estilo del antiguo Egipto, con
su maquillaje complementario. Incluso los sirvientes de rasgos occidentales y
asiáticos se veían geniales.
Korr ya tenía más de quinientos sirvientes personales, pero
estos tenían turnos de trabajo de tres horas. En cuanto a su trabajo, la
mayoría eran niños, y solo estaban allí con propósitos de exhibición y
adoración pública.
Los que en realidad trabajaban eran los dos sirvientes con
cuerpos de dioses griegos que manejaban los grandes abanicos de plumas y las
cuatro sirvientas con cuerpos de diosas griegas que llevaban y servían bebidas
frías para él.
Korr llevaba su traje de dios, con brazaletes, grebas y casco
de escorpión dorado, su media pechera semicircular con cintas de joyas y su
falda blanca al estilo egipcio.
Cuando Korr apareció en el trono, sus sirvientes se pusieron
en movimiento. Los hombres empezaron a mover sus abanicos con suavidad, las
mujeres sirvieron un refresco, y los niños y niñas con trajes indumentarios
modelaron para posar en exhibición, algunos sentados en las escaleras, otros de
pie mirando amenazadores a los peticionarios y otros chismeando de todo el que
se acercaba y susurrándose unos a otros.
«Sí, Ra tenía estilo, esto es genial», pensó Korr.
Mientras Korr se vanagloriaba de sí mismo, su primado le dio
una patada en el trasero a un peticionario que no quería arrodillarse y este
cayó mordiendo el duro y pulido piso, en una pose que hizo partirse de risa a
los niños que estaban en los escalones del trono.
Con el hombre estaban otros cuatro, entre ellos una mujer.
Ellos estaban escoltados por veinte jaffas. La seguridad era necesaria, porque
estos no eran campesinos, sino goa’uld, aunque ellos se llamaban a sí mismos Tok’ra.
Ellos decían ser diferentes a los goa’uld porque no usaban el
sarcófago, pero Korr todavía dudaba de su cordura. En la historia original,
estos tipos se habían pasado dos mil años infiltrados entre los goa’uld, sin
mostrar ningún progreso en su supuesta guerra contra ellos. Korr sospechaba que
se pasaban veintitrés horas al día rascándose los huevos, y la hora restante
discutiendo sus sueños para el futuro. Solo eso podría explicar su completa y absoluta
ineficiencia.
—“Goa’uld”, puedes matarnos y torturarnos, pero la Tok’ra
siempre será libre —espetó uno de los Tok’ra arrodillados, que tenía un
anfitrión muy joven, pero su voz era grave porque hablaba con voz de goa’uld.
Ellos estaban a diez metros de él, frente a los escalones del trono, que eran
custodiados por dos jaffas.
—Hay algo que nunca he entendido de la Tok’ra, ¿por qué
hablan con esas voces extrañas? —preguntó Korr con curiosidad. Un simbionte era
perfectamente capaz de hablar sin ronquera o distorsión de voz—. ¿Es por
motivos de teatralidad? —agregó. Los Tok’ra lo miraron sin entender su
pregunta. Korr suspiró mientras el que había recibido la patada en el trasero
se levantaba y, al ver que antes hizo el ridículo, accedió a arrodillarse.
—Goa’uld, no juegues con nosotros, no diremos ni una palabra
—declaró el hombre corpulento y de mediana edad. Por la edad de su anfitrión,
quizás era el más viejo allí, aunque no se podía estar seguro, todos los
simbiontes Tok’ra tenían casi la misma edad.
—Así que no hablarán conmigo —dijo Korr y el hombre asintió
con decisión—. Qué mal educados, he salvado sus traseros de la masacre que los
Tau’ri hicieron con las fuerzas de Apophis, pero ¿ni siquiera se dignarán a
hablarme? —preguntó Korr.
El hombre de mediana edad pareció dudar y querer preguntar
algo, pero se mantuvo fiel a su palabra y solo asintió. Korr también asintió
con una sonrisa en el rostro.
—Tengo a Egeria en mis manos de goa’uld —dijo Korr y los Tok’ra
abrieron mucho los ojos.
—¡Qué! —exclamó el hombre de mediana edad, provocando un coro
de risas entre los niños sentados en las escaleras del trono, que se
apresuraron a hablar y comentar su falta de compromiso con sus propias
palabras.
—Parece que no tienes mucha palabra —dijo Korr.
Los Tok’ra trataron de levantarse, pero su primado ordenó a
los jaffas que los mantuvieran arrodillados.
—¿Qué has dicho? —preguntó el Tok’ra de mediana edad con un
gruñido. Korr hizo un gesto con su mano y 06 apareció ante él con una pecera en
sus manos, donde nadaba un simbionte.
—Esta es Egeria, la reina goa’uld que les dio a luz a todos
ustedes. Pero son tan ingratos y malagradecidos que les he salvado y traído
aquí para entregarles a su madre, y aun así, se niegan a dirigirme la palabra
—dijo Korr con tono de queja.
Los jaffas volvieron a golpear a los Tok’ra para que se
quedaran arrodillados.
—¿Qué es lo que quieres, goa’uld? —preguntó el hombre de
mediana edad con tono fúnebre.
Korr supuso que temían que él fuera a proponerles algún trato
oscuro.
—Lo que quiero, ya lo he hablado con Egeria. Ustedes solo
tienen que llevarla con ustedes y luego hablaremos —dijo Korr, quien ya había
ofrecido una alianza a Egeria, ofreciéndole anfitriones que no necesitaban un
sarcófago y que solo serían cuerpos vacíos. 06 se acercó a los Tok’ra que
estaban arrodillados y les entregó la pecera.
—Envíenlos por el portal —ordenó Korr, y Jet ordenó a los
jaffas que arrastraran a los Tok’ra fuera.
—¿Alguna otra petición? —preguntó Korr.
—Mi dios, hay algunos dioses menores que desean ofrecer su
lealtad —dijo Jet. Korr asintió.
—Hazlos pasar —dijo Korr.
Desde Korr que derrotó a Olokun y ocupó sus mundos, algunos
pequeños goa’uld acudían a él de vez en cuando en busca de oportunidades de
crecimiento. Korr les imponía como condiciones para servirlo abandonar sus
anfitriones, someterse al tratamiento para la locura goa’uld y seguir sus
leyes, en especial la que prohibía la esclavitud. Por supuesto, lo del
tratamiento para la locura no lo mencionaba hasta que ya estaba hecho, ya que
no importaba si aceptaban servirle o no. Todo goa’uld capturado por él era
sometido a este tratamiento.
NA: Hola a todos, quiero hacer algunas aclaraciones sobre
este capítulo. Cuando menciono que los goa’uld no tienen los conocimientos para
crear fuentes de energía estables con el naquadriah, no me refiero a su
tecnología. La tecnología goa’uld es muy avanzada y en mi opinión, puede
aprovechar al máximo el potencial del naquadriah, construir androides,
astilleros automatizados, inteligencias artificiales, nanitos, experimentos
genéticos y mucho más. De hecho, la considero más avanzada que la tecnología
tollan.
El obstáculo de la tecnología goa’uld son los propios
goa’uld, que hacen pasar su tecnología como magia o su propio poder, lo que
hace que solo creen cosas simples y que sus aplicaciones sean limitadas. En
cambio, los tollan han adaptado su tecnología a su vida civil y pueden incluso
incapacitar armas de energía y proyectiles con ella. Sin embargo, no pueden
revivir a los muertos, sus avances en tecnología espacial son pocos y un
infarto puede matarlos si se dan las condiciones apropiadas. Esto quedó demostrado
en el episodio en el que uno de ellos fue asesinado al sabotear su sistema de
asistencia médica.